Juan Yáñez
DEDICATORIA
Con
todo mi afecto y devoción a Swami
Chidananda, el último de todos los virtuosos santos de la antigua gesta de
los
Grandes
Maestros de la milenaria India.
VIAJE A LA INDIA
Contenido
Dedicatoria
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Introducción
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Bombay
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Rishikesh y el Ganges
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Benares
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Puri
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Hayderabad
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Bod Gaya
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Tiruvannamalei
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Calcuta
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Swami Chidananda
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Imágenes de Swami Chidananda
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Los Tres Sdhus
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Los Monos
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Los Leprosos
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Prohibido Pescar
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Tormenta Eléctrica
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Nueva Delhi
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Viaje a
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INTRODUCCIÓN:
Llegamos a la India en los últimos días de 1971 y permanecimos con la excepción de un integrante, hasta mediados de julio de 1972.
Llegamos a la India en los últimos días de 1971 y permanecimos con la excepción de un integrante, hasta mediados de julio de 1972.
Formámonos un pequeño grupo de tres personas y mi labor entre otras, consistía en una anotación meticulosa de un diario con la mayor precisión posible de fechas, lugares, personas y sucesos, incluyendo comentarios y observaciones de toda naturaleza. El propósito en un principio y de común acuerdo, formaba parte de un proyecto de libro, o de narraciones de viaje que incluía un importante soporte fotográfico que al igual, ignoramos su destino.
Lamentablemente para la tarea que aquí
inicio, solo por mi cuenta y riesgo, tiene como punto de partida los recuerdos que aún pululan por la mente. Han pasado muchos años y circunstancias, y aunque el documento original suponemos existe, ya no disponemos de aquellas notas, que fueron plasmadas en varios cuadernos, escritos de mi puño y letra. Es solo con la ayuda de la memoria de la
que me valgo para escribir estas líneas. Las mismas en muchos casos pueden no
tener un orden cronológico preciso. Han pasado más de treinta y cinco años. Muchos de los
recuerdos están vívidos en mi memoria, muchos se han olvidado o lucen deslucidos o
velados. Pero en líneas generales, lo
importante, lo anecdótico está allí. Lo he escrito por motivación personal,
como una necesidad de evaluar hechos trascendentes, que aunque lejanos en el tiempo, presentes en lo personal al menos,entre mis más apreciados recuerdos.
Asimismo para dejar un testimonio de experiencias que forman parte de nuestro
paso por la vida y merecen dejar testimonio.
Al igual que con otros escritos, éste me
ha deleitado hacerlo y es probable que al recordar algo que creía olvidado lo agregue posteriormente si fuera necesario para darle la necesaria veracidad.
El recordar lo vivido no solo emociona e
incita a la nostalgia, sino que invita a la reflexión y a la revaloración de los hechos y de los
protagonistas.
Espero motivar a los que se animen a leer estas líneas, a que al
menos les resulten
amenas y así rebasar mi intención
de hacer con ellas solo una tardía crónica de viaje.
Juan Yáñez, Octubre de 2007
BOMBAY
Fue la puerta de entrada
a la India ,
llegamos una madrugada temprano, en un vuelo de Suissair, que había comenzado
en Zurich, hecho una escala en
Atenas y de allí rumbo al oriente.
Estábamos viajando a 900 km . por hora en sentido
contrario a la rotación de La
Tierra , ―yendo hacia el este― por lo que el tiempo en los
relojes transcurría velozmente.
Fue
un vuelo nocturno. Por las ventanillas observábamos abajo, el fuego de
innumerables mechurrios de refinerías petroleras. Nos dijeron que
sobrevolábamos Irak.
Casi todos los pasajeros permanecíamos despiertos. Las azafatas, fieles a los
horarios de las comidas, las servían con
demasiada asiduidad. Algunos pasajeros francamente golosos aceptaban las exquisiteces que
servían a bordo reiterativamente y a otros ya satisfechos nos consentían con
chocolates.
Al
fin por los parlantes nos anuncian la proximidad de nuestro destino. Eran las tres de la madrugada cuando
aterrizamos en Bombay.
El aeropuerto estaba desierto (seguramente
por la hora) y después de cumplir con
las formalidades, que incluyeron que se anotara en el pasaporte de uno de nosotros el equipo
fotográfico y cinematográfico que
traíamos, para que quedara constancia del mismo y no lo vendiéramos. De esta
manera nos obligaban a llevarlo con nosotros cuando partiéramos. (Lo vendimos
por necesidad antes de finalizar nuestra estadía, y nos causó bastante
problema, con los funcionarios de aduna el no tenerlo a la partida).
Nos dirigimos en un taxi hacia el centro de la
ciudad. El viaje duró casi una hora y lo
que más nos sorprendió fue ver la gran cantidad de gente durmiendo en las
calles, algunos hasta en camas improvisadas. Se veía mucha suciedad y miseria.
Después supimos que esas personas no tenían vivienda. Familias enteras armaban un tenderete en plena vía pública y
allí vivían.
El chofer nos dejó en un hotel frente a la
costa, en una ancha avenida. La habitación era amplia, confortable y amoblada
al estilo inglés. Tenía un excelente servicio de comida en las habitaciones,
con una extensa carta de platos, todos de la afamada cocina india. La comida
era aceptable, con la excepción de su exagerado picante. Intentamos varias
veces en que nos suprimieran ese condimento, inútilmente. Ellos siempre sostenían
que lo que nos servían no estaba picante. Después supimos que hubiéramos
evitado esta molestia si el hotel elegido hubiere sido de cocina internacional.
Afortunadamente fue una corta estadía, aunque la alimentación en la India siempre fue un problema,
con algunas excepciones.
Por las amplias ventanas de la habitación nos
tocó ver las celebraciones del 31 de diciembre de 1971. Festejaban por la calle
ruidosamente, un verdadero gentío hasta
muy tarde. Hasta un cuervo se animó a
meterse en el cuarto e intentó posarse sobre las aspas del ventilador de techo
que giraba lentamente, en esa noche tan
ruidosa.
Por
la mañana tuvimos oportunidad de ver esa metrópolis, tan extensa y poblada. El
contraste entre el lujo y la pobreza abunda en ella. Había palacios,
monumentos, edificios modernos, rascacielos cubiertos de mármol. Todo ello
limpio y ordenado. Vimos también barrios
pobrísimos, donde es imposible pasar, sin que te acosen mendigos, hasta para
quitarte lo que llevas.
En la avenida costanera vi a un encantador de serpientes. Era uno de esos
típicos y exóticos personajes tan vistos en todo tipo de medios: Un individuo
delgado, con turbante, sentado sobre una estera, tocando la flauta, frente a una cesta que contiene una cobra
erguida, meciéndose. Después de esta representativa imagen, me percaté al instante, de que
ya no cabía la menor duda de que me encontraba en la exótica India.
En un gran mercado compramos algo de ropa,
telas, un sari para Tamara, la única dama del grupo y otras prendas de vestir y los artículos necesarios para prepararnos de comer y beber
durante el viaje y cuando se pudiera. De
Bombay partimos rumbo a
Rishikesh, ya con nuevo vestuario a la usanza del país, aunque un poco alejado del apropiado.
Después con el tiempo aprendimos a vestirnos como correspondía.
En el hotel dejamos en depósito una maleta,
-que nunca retiramos, hasta lo que yo sé- conteniendo prendas que no íbamos a necesitar
en el largo periplo que allí comenzábamos.
El viaje
fue en tren, como casi todos los que hicimos en este extenso país.
Recuerdo uno, muy incómodo en autobús y otro en avión hasta Madrás. Salimos una
noche de la gran estación ferroviaria de Bombay, en un tren repleto de
pasajeros. Ocupamos un compartimiento privado, opción que casi siempre utilizaríamos
en nuestros viajes por ferrocarril.
Allí comenzábamos a descubrir y comprender a
ese pueblo con tantos matices culturales. Fue una verdadera aventura que duró
más de cinco meses en los que hubo pocos
momentos de comodidad y casi nada de
deleite turístico.
Las dificultades son infaltables en esta
clase de viajes y eso lo teníamos
perfectamente claro y aceptado. Abundó la satisfacción de conocer e intervenir
en las costumbres de este pueblo tan pródigo
y comunicativo. Conocimos y compartimos la vida cotidiana que se escenificaba en las ciudades, los pueblos, las viviendas, los
templos, las comunidades religiosas, los transportes públicos, etc., etc.
Siempre, o casi siempre hubo un beneplácito y un respeto mutuo en nuestras relaciones con las personas
de este amplio y exótico país.
RISHIKESH Y EL
GANGES
Es
una pequeña ciudad del norte de la India , enclavada en los Himalayas y a las orillas
del Ganges, el río sagrado. Este río nace a doscientos kilómetros de esta
ciudad, se origina en un glaciar del Himalaya
a unos casi 7.000
metros de altura, es muy caudaloso, de fuerte corriente
y de un bello azul verdoso. El cielo en absoluta armonía con el río es puro y transparente de
un notable azul profundo.
En
este lugar, en los meses de diciembre y enero la temperatura del agua es fría.
Luego hasta fines de abril es
agradablemente templada. En mayo, cuando
el calor empieza a intensificarse es considerablemente más fría, por causa del deshielo, que se produce
en la alta montaña. En esta época a causa del calor, uno se siente tentado a
meterse en el agua. Lo he hecho y la primera
sensación, cuando el agua llega hasta las rodillas es de agradable frescor. Al
seguir avanzando en el río y teniendo el
agua a la altura de la cintura, la
sensación se convierte poco a poco en desagradable. Cuando el agua nos llega al
cuello el frío es insoportable y lo que
hacemos es salir inmediatamente del agua y disfrutar del calor ambiental.
Cuando arrecia el calor, en el preludio del monzón observamos que el cielo
pierde su transparencia. Es como una
neblina que opaca su azul intenso. Nos explicaron que el fenómeno se debe a un
fino polvo que proviene del desierto de Gobi, en China, a mas de mil kilómetros
de allí, que los vientos arrastran del
suelo y lo elevan a la alta atmósfera trasladándolo por encima de los altos
picos del Himalaya, hasta cubrir toda esta región.
Rishikesh
es una ciudad sagrada, objeto de peregrinación, con innumerables templos. Allí encontramos
muchísimos sadhus, (ascetas) y devotos que recorren el país visitando los
lugares considerados santos. Llegamos allí, los primeros días del año 1972. Nos
instalamos en el Ashram Sivananda, institución de índole religiosa, que abarca
todas las ramas del pensamiento espiritual de la India.
Hacía bastante frío. El abrigo popular entre
los hindúes, bastante generalizado, consistía simplemente en una manta que
colocaban sobre sus hombros. En este lugar, en el propio invierno y dada la proximidad de la alta montaña, el frío al despuntar la mañana era intenso. A
medida que transcurría el día la temperatura se moderaba.
Nos
alojaron en una vivienda próxima al edificio principal, frente al Ganges. Allí unos muchachos temprano en la mañana, de
unas enormes calderas nos servían un té casi hirviendo con unos duros, aunque sabrosos bizcochos.
Lamentablemente el superior del Ashram, el Swami Chidananda,
se encontraba ausente en viaje pastoral por el país. Lo habíamos conocido en Buenos Aires, en ocasión
de su visita a nuestro instituto en 1969.. Su ausencia
alteraba nuestros planes, y sin tener fecha precisa
de su regreso, el maestro decidió
continuar nuestro viaje por suelo indio, siguiendo los proyectos de visita a lugares y entidades. Asimismo
intentar un encuentro con Swami Chidananda.
Partimos, no recuerdo por donde
comenzamos. Recorrimos pueblos, ciudades
y todo aquello de nuestro interés. Después de transitar por parte del país, ―llegamos
hasta Madrás, en el sur del subcontinente)― coincidimos con Swami Chidananda en Cuttack. Las peripecias de
este viaje ocupan más de un capítulo y no es mi intención de relatarlas en
este. Por ello vuelvo a narrar lo acontecido en Rishikesh:
Regresamos al Ashram Sivananda, tal como se
acordó con Swami Chidananda, para
esperar su regreso. Allí estuvimos alojados con cierta comodidad, con algunas
breves pausas, por cortos viajes, hasta nuestra partida definitiva de la India en el mes de julio, antes del comienzo del monzón, o sea la
temporada de lluvias. Yo me ocupaba de
hacer las compras, además de cocinar. Pasábamos el día en la ribera izquierda del
Ganges, ―que era un amplio espacio de fina arena―, el que cruzábamos en un bote colectivo
repleto de peregrinos. El río tiene en ese lugar un ancho de unos trescientos
metros y por ser zona montañosa una fuerte corriente. En él nos bañábamos, la temperatura en esa
época del año, ―a partir de marzo― era
agradablemente cálida. Lo cruzaba a nado
casi diariamente. Mi traje de baño era una especie de taparrabo. Al
nadar hacia la otra orilla llevaba otra prenda que usan los indios, llamada dhoti
que consiste en una tela que se arrolla a la cintura y cubre las piernas hasta más
abajo de las rodillas. La referida
prenda, cubría mi impúdico aspecto al
llegar a tierra firme. Contra todo
pronóstico llegaba seco. Lo enrollaba a modo de turbante sobre mi cabeza, que
mantenía erguida. Al llegar a la orilla cubría mi cuerpo desde la cintura hacia
abajo con el dhoti, marchaba hacia el correo y si había
correspondencia, al partir a nado de regreso la colocaba sobre el improvisado
turbante, me echaba al agua y llegaba a destino sin mojar jamás ni las cartas ni la tela. En otras oportunidades, de esta misma forma transporté
medicamentos. Una de ellas lo hice de noche y lloviendo. Al regreso, la
corriente casi me llevó hacia unos
peñascos peligrosos. Otras de las peculiaridades eran las vigas de madera que de un aserradero lejano arrojaban al río, para facilitar su
transporte. Eran grandes y muy pesadas. Con ellas, encimándolas con bastante
esfuerzo, hacíamos balsas, en las que
cruzábamos hacia la otra orilla.
En otras ocasiones observé un bulto que se
desplazaba por la superficie del río. A la distancia me parecía ver una vaca. Luego al acercarse a la orilla
descubro que es un cuero de vaca cosido e inflado con un hombre que apoyado
sobre él, y con una especie de pequeñísimo remo, que utiliza como timón, navega
por el río. Lo asombroso que este
navegante mostró fue al llegar a la ribera. Desinfló el cuero, lo dobló
cuidadosamente, lo acomodó en un morral
y siguió su travesía por tierra. Posteriormente alguien me explicó la razón de
esta manera de navegar: Son aldeanos que habitan a considerable distancia de
allí y aprovechando la corriente y el
tiempo templado, se acercan a las zonas
urbanas, para proveerse de lo necesario y luego regresan obligatoriamente por
tierra.
La
comida en este lugar tuvo el inconveniente de ser vegetariana en grado superlativo, al ser un
sitio de peregrinación. Su religión
prohíbe el sacrificio animal, por ello que no es posible encontrar
normalmente carne, huevos o pescado. No estábamos acostumbrados a una
dieta exclusivamente vegetariana tan
extensa, por lo que nos vimos
obligados a tratar de localizar
alimentos de origen animal. En una ciudad cercana, llamada Haridward, mas grande y comercial conseguía, en una
tienda de víveres, latas de atún y corned beef,
hasta que las acabamos (eran el alimento sobrante de algunos visitantes
extranjeros que dejaron al partir). En otras oportunidades conseguía huevos,
los cuales me eran vendidos ocultamente como si se tratara de un artículo que
violaba las leyes. Por ellos recibimos en una oportunidad una dura crítica, con
amenazas incluidas, por parte de presuntos religiosos, al estarlos preparando
fritos, en la ribera arenosa del Ganges. Es oportuno aclarar que Swami Chidananda,
conocía, aceptaba y comprendía plenamente nuestros hábitos alimenticios y en
una oportunidad intentó obtener algún alimento adecuado para nosotros, si mal
no recuerdo fue en Cuttack.
No
quiero olvidarme aquí de una amistad, llena
de afecto y gratitud. Me estoy refiriendo a Francesca, ―así la
bautizamos—una perra cariñosa que nos acompañó en la playa del Ganges en el
final de nuestra permanencia. en Rishikesh. Ella soportaba la intrusión despiadada, en sus oídos de unos
indestructibles insectos. Estos entraban y salían de sus oídos a su antojo. La
pobre, muy molesta, sacudía su cabeza y
restregaba con sus patas sus orejas con
la inútil finalidad de expelerlos. Eran unos bichos acorazados, que
soportaban el aplastarlos, sin perjuicio
alguno. Si lo arrojábamos lejos volvían nuevamente a la perra. Afortunadamente
logré descubrir que se ahogaban con facilidad. Entonces a la orilla del río, tomaba a los parásitos y los mantenía sumergidos unos
segundos, hasta que asfixiados los llevaba la corriente. Así uno a uno logré
eliminarlos. Francesca agradeció siempre esa asistencia con su cordial
compañía.
Hubo otros dos hechos tristes: uno fue la
muerte de un joven austriaco, al zambullirse en el río; causada por paro
cardíaco, producido por el súbito contacto de su cuerpo con el
agua helada, cuando la temperatura
ambiente excedía los 40 grados centígrados.
El otro fue la breve enfermedad y la posterior muerte de un sadhú (asceta),
―quien encontramos un día, al borde del sendero ribereño que transitábamos a
diario para llegar a la playa del río―
enfermo por una dolencia desconocida. Intentamos comunicarnos con él
inútilmente. Al tocarlo solo abría sus
ojos, que denotaban un intenso agotamiento. De allí mismo
regresé hasta un pequeño
hospital cercano para pedir ayuda. Hablé con el médico de guardia y
expliqué el caso. Su respuesta fue decepcionante. Me explicó pacientemente, que
el hospital no tenía suficiente capacidad
para atender al sinnúmero de enfermos que allí acudían. En la India se acepta
resignadamente aquellas carencias dadas por la indigencia y la superpoblación.
Al día siguiente lo encontramos agonizando. Al subsiguiente ya no estaba, había
expirado. Conversando con aquellos lugareños con quienes compartimos el
suceso, confirmaron ese estoicismo, en
el cual se acepta lo inevitable sin afectación alguna.
En este lugar habíamos hechos algunos amigos,
con los que compartimos nuestra
permanencia. Fueron unos tres meses,
que pasamos en Rishikesh con muchos
inconvenientes y carencias. Uno de nosotros no soportó el trajín, enfermó y tuvo que viajar urgentemente
de regreso, por vía aérea, con un pasaje
que nos enviaron desde Buenos Aires. Quedamos Tamara y yo. En los últimos días,
ella leyó frente al Ganges, el Bhagabad Gita a manera de oración. De allí partimos hacia Nueva Delhi, para
finalizar las diligencias necesarias para nuestra despedida de la India , narración que
incluiré en el capítulo sobre Nueva Delhi.
En
esta imagen en la que aparece Swami Chidananda en primer plano, se observa al
fondo el río Ganges, a su paso por Rishikesh, en el preciso lugar donde solíamos pasar el
día. Esta es una foto reciente, en aquella época no existía el puente colgante
que en esta observamos
BENARES
Visitamos esta ciudad, edificada a orillas del Ganges. Aquí este río se hace ancho y perezoso.
Es la urbe que representa más
profundamente a las creencias religiosas en la
India. Es muy antigua y se dice que está
edificada sobre siete ciudades. El hinduismo la considera superlativamente
sagrada.
Existen más de mil templos. La mayoría
edificados a la orilla del río, apiñados
entre otras edificaciones. Uno de ellos es el famoso templo dorado, con su
interior decorado con el metal homónimo. Intentamos visitarlo, no fue posible
por lo disparatado precio que su cuidador cobraba por su entrada.
En las
orillas del Ganges existen unos terraplenes con escalones por donde se alcanza
el río, son los llamados ghats. Por allí bajan los peregrinos, que llegan por
miles, a bañarse con la finalidad de
lavar sus pecados. Navegamos por el
río en una improvisada embarcación turística
que cercana a la costa hizo su
recorrido. Contemplamos desde allí esta original ciudad, única e inconfundible.
Es
creencia que dejar de existir en Benares, significa la salvación definitiva de
la rueda constante de morir y renacer. Por ello muchos ancianos, viendo cerca el fin de su vida, aquí se
instalan, esperando pacientemente la muerte.
El hinduismo practica la incineración de los
cadáveres y para ello, en algunos
ghats los cuerpos son cremados en
piras funerarias, los restos al finalizar la cremación son arrojados al río,
que su lenta corriente lleva hacia el mar.
Una noche me atreví presenciar
estas ceremonias. Fue en un ghat funerario,
cuyo nombre no recuerdo, siendo
el mas conocido y donde diariamente
cremaban a más de cien de fieles, que eran llevados en una especie de camilla
hecha con un lienzo y un par de palos que transportaban unos portadores sobre sus hombros, seguidos por sus dolientes. Llegué al lugar
alrededor de las diez de la noche, oculto el rostro para no ser reconocido como
extranjero, −los que allí no eran aceptados−. Me senté discretamente en la
escalinatas entre los deudos de los que
allí incineraban. Habría encendidas unas cinco piras cuando llegué. En la oscuridad de la noche las llamas
iluminaban la escena, dando un peculiar dramatismo. A ello se agregaban los
cánticos fúnebres. El ambiente era tenso y causaba una fuerte
impresión. A ratos llegaban nuevos cortejos y los difuntos eran colocados sobre
leña que utilizan como combustible. De
inmediato encendían la pira, la que ardía
intensamente durante un tiempo. Al apagarse, los restos carbonizados eran arrojados al río, sin estar
totalmente transformados en cenizas.
Permanecí allí durante un largo rato, quizás el suficiente para reflexionar
sobre el sueño eterno.
Regresé al hotel ya a una hora avanzada,
recorriendo las estrechas y misteriosas calles apenas iluminadas. En ellas, a
sus costados en las edificaciones existen unos cubículos profundos,
en los que se practicaban sospechosos cultos a Shiva. El ambiente era francamente atemorizante.
Algunos de estos practicantes me salieron al paso, creo que a pesar de ocultar
mi rostro, no los engañaba en mi condición. Los esquivé prudentemente, apuré el paso y con el amparo de la
providencia llegué sin equivocar el camino hasta el hotel.
Otra de las insólitas experiencias fue ver a
supuestos sadhus generalmente muy
delgados, cubiertos con ceniza y
completamente desnudos. Algunos de ellos
viajando en bicicleta y otros con enormes radio-reproductores colgando de sus hombros y oyendo a máximo volumen la
música de moda de la India. (
No quisiera figurarme lo que gastarían en pilas)
Creo recordar que fue en Benares, en su
universidad, que conocimos a unos latinoamericanos. Había una señora, ya
madura, creo que chilena, un hombre cuarentón del mismo origen y un joven
venezolano. Este último y la señora estudiaban filosofía oriental en la
universidad, llevaban ya tiempo en el país y por su aspecto y vestuario casi no
se diferenciaban casi del modelo indio.
El hombre era un trotamundos de paso por
el lugar.
Así es la India , un país con todos los contrastes, donde la
realidad supera a la imaginación. Una nación con un grandísimo contenido
cultural de muy antigua data. Donde lo divino y lo profano conviven y se
combinan sin mayor controversia.
PURI
Es una ciudad costera, ubicada
frente al golfo de Bengala.
Visitamos esta ciudad motivados por existir en ella una sede de la asociación
espiritual: Self-Realization Fellowship fundada por Swami Yogananda en los Estados Unidos de América en 1920. En su libro “Autobiografía de un yogui contemporáneo”, un interesante libro que nos cautivó en su momento. El autor hace
en el texto una reseña de este lugar en
que había pasado parte de su juventud junto a su maestro y relatado sus experiencias, sus prácticas y todo aquello
que se relacionó con sus comienzos en el camino espiritual.
Nos presentamos en el ashram de esa
institución. Era un lugar pequeño y
había muy poca actividad, lo dirigía un swami del que no recuerdo su nombre.
Solo tengo de él una clara imagen visual de su
semblante. Asistimos a algunas actividades de culto
con poca concurrencia de fieles que el swami
allí dirigía y que se caracterizaba por colocarse flores o frutos sobre
su cabeza.
Algo extraño y único en todo lo que vimos en la India y no dejaba de tener
su lado jocoso y despertar entre
nosotros, un espontáneo e intrascendente
comentario bromista.
Este
religioso, estaba por sobre todo interesado en que le organizáramos y financiáramos una gira por el
exterior. Se le notaba una codicia desmedida
y como algunos indios, creía que
todos los extranjeros que allí llegaban eran por lo menos millonarios. Esperaba
también una generosa donación. Al aclararle nuestra verdadera situación se
molestó, se le achinó el rostro aún más y sin
el menor disimulo por su frustración, tornó
su conversación a una agresión verbal
desmedida, por
lo que optamos retirarnos sin responderle
una palabra. El inapropiado y
bochornoso proceder de este swami
no nos ofendió en absoluto, como tampoco
nos asombró.
Visitamos
la casa de Lahiri Mahasaya, 1828-1895. Un gran maestro, discípulo del
legendario Babaji y guru de Sri Yukteswar. La vivienda estaba habitada por sus
descendientes y se conservaba en perfecto estado. Cortésmente nos atendió un
nieto y nos mostró, entre otras cosas, dos grandes huevos de arcilla. Uno de
ellos contenía, amasada con el material, sus cenizas.
Vivíamos
en un modesto hotel frente a la playa, donde no había bañistas ni turistas,
solo pescadores con sus embarcaciones. Estábamos ante el océano Índico. Sobre
el horizonte observé alguna vez, algo parecido a unas trombas marinas que serpenteaban sobre la superficie del
mar y se desvanecían prontamente.
Aquí en
una ocasión me extravié durante un largo
rato. Fue buscando aceite comestible que no fuera picante. Deambulé por la
ciudad, muy extendida, en la que se sucedían bloques de edificios
uniformes de tres o cuatro pisos, uno
tras otro. Había una ancha avenida donde funcionaba un mercado callejero muy
concurrido. Después de mucho preguntar
encontré en un puesto el dichoso aceite que los vendedores me aseguraron
que no era picante. Salí conforme con mi botella de aceite rumbo al hotel. Me perdí,
no encontré el camino y lo peor era que no recordaba el nombre del
hotel. Caminé preocupado largo tiempo
por la ciudad, tratando de encontrar por donde había venido.
Inútilmente, hasta que se me ocurrió preguntar por donde se llegaba a la costa.
Una vez en la playa y caminando por ella logré
divisar el hotel, eran como las diez de la noche y había partido a las seis.
Mis compañeros estaban por supuesto,
intranquilos, pensando lo peor. Pero lo “mejor” de todo fue el epílogo de esta
aventura.
Y fue, que ya calmado en la habitación y satisfecho porque a pesar de tanta aflicción había logrado
encontrar el bendito aceite. Es entonces que Tamara al observar con atención la etiqueta de la botella
descubre algo que yo no logré
percibir…... y para mi sorpresa y
desazón, se leía claramente: …..
ACEITE DE MOSTAZA………,
que por supuesto era picante.
HYDERABAD
En aquel extenso viaje llegamos
a esta ciudad de la que tengo escasos recuerdos.
Visitamos una antigua ciudad, −ya en ruinas− de la que
olvidé su nombre y estaba, (creo)
próxima a Hyderabad. Edificada en las faldas de una pequeña colina, en su cúspide se hallaba el palacio del rey, una especie de castillo fortificado.
Eran
unas ruinas bien conservadas, por lo menos las del palacio y sus
alrededores. Entre lo visto, digno de
mencionarse es el conocimiento sobre la acústica que este pueblo tenía y lo
empleaba para la comunicación. A la
entrada de la ciudad, abajo, existía un especie de minarete con un techo abovedado sostenido por columnas. Al
colocarse alguien debajo y
ponerse a hablar, era posible
oírlo arriba, en un mirador próximo al
palacio, de donde se podía también contestar. Lo asombroso era la considerable
distancia que existía entre ambos puntos y lo preciso del lugar, pues
desplazándose apenas, de cualquiera de ambas posiciones era imposible la
comunicación.
Las diferentes construcciones que
allí existían estaban cubiertas en su exterior con cáscara de huevo molida
y amalgamada con otras sustancias. Se
conservaba en perfecto estado y su función entre otras era la de aislar su
interior del calor solar. La cámara del trono poseía un sistema de ventilación
forzada que empleaba los principios físicos de la dilatación del aire. Todo
ello existía mucho antes que Newton se asomara a este mundo y descubriera los
fundamentos de la física moderna.
Vimos asimismo una habitación donde permaneció
encarcelado durante largos años, el que había sido el recaudador de los
impuestos del reino, al cual se le acusó
de malversación. Todavía era posible observar en las paredes de este recinto
algunos dibujos e inscripciones que el
desdichado prisionero hizo con sus propios excrementos.
En el hotel donde nos alojábamos nos servía
las comidas en la habitación un mesonero que hablaba portugués, pues era nativo
de Goa. Conocía la cocina occidental y nos hacía preparar algún plato a nuestro
gusto. Había una especie de buñuelos fritos, muy sabrosos que solicitábamos frecuentemente y creo que una
vez nuestro hígado no soporto su ingesta.
Ya para terminar referiré el fuerte malestar
producido por las vacunas de el cólera y el tifus. Nos aplicamos una dosis de
refuerzo de ambas vacunas, allí en Hyderabad. Las primeras dosis nos las
inyectaron en Buenos Aires, sin mayores consecuencias, pero estas, de
diferentes cepas, propias de la
India , donde estas enfermedades son endémicas, nos abatieron
completamente. Pasamos tres días en cama con altísima fiebre y delirando. Fue
el mesonero que nos mandó un médico al vernos en ese estado. El galeno solo nos
prescribió líquidos y buena alimentación. Los síntomas eran similares a los de
haber contraído realmente estas
terribles enfermedades.
Al restablecernos partimos de Hyderabad, una
escala más en nuestro periplo por tierras indias. Mi último recuerdo de esta
importante ciudad de la India
fue nuestro paso en un taxi por el
imponente Char Minar, con sus particulares cuatro minaretes. Un
impresionante monumento ubicado en el centro de la ciudad y donde
convergen dos de sus principales avenidas.
BOD GAYA
Esta localidad en el estado de
Bihar, es considerada sagrada por los seguidores del budismo. Es el lugar budista más importante del mundo. Fue en este
sitio que el Principe Siddartha, meditando bajo las ramas de una higuera de
agua alcanzó el nirvana, o sea la realización espiritual y se convirtió en
Buda.
En el preciso espacio donde se supone que estuvo el árbol original existe otro, del que se afirma es un retoño del
primero. Bajo su amplia copa se ha construido una
plataforma, la cual era utilizada por
los peregrinos para sus prácticas devocionales.
Como tantos otros lugares de tradición
religiosa abundan los quioscos en los
que se venden los artículos propios de culto. Allí adquirimos unas hojas secas,
prácticamente transparentes, de éste
árbol, que por algún procedimiento mantenían sus nervaduras firmes y dando un
aspecto delicado, como de encaje.
Cerca de allí está el enorme templo de Mahabhodi, que ocupa un gran
espacio. Construido por el emperador
Asoka en el siglo III a.C. y en varias ocasiones fue destruido por invasores.
Fue reconstruido sucesivamente y la última corresponde al siglo XIX, en el que
fue redescubierto por un arqueólogo inglés. De allí, tentado por los trozos de
mampostería desprendidos de sus muros, que representaban figuras propias del
budismo, tuve la indebida
determinación de traerme uno de ellos.
Era pequeño pero muy pesado. A alguien se lo dejamos con la intención de
recogerlo después, en otro viaje, cosa que no hicimos, (por lo menos por mi
parte) y creo que el objeto por fortuna
quedó en la India ,
aunque no en su lugar original.
En
este templo tuvimos oportunidad de ver a los fieles budistas haciendo girar a su paso los grandes
cilindros, que no son otra cosa que máquinas
para la oración. Asistimos a una tradicional ceremonia budista, muy colorida y
pintoresca, con sus ropas y objetos de
culto. Con música, cánticos y la presencia del anciano lama principal del
monasterio que allí existe, sentado en su cureña, con expresión distante y aburrida.
Allí pernoctamos, de manera totalmente
informal, en uno de los muchísimos
cuartos, que allí existen, sin puertas, con paredes y piso de piedra
destinados a los peregrinos budistas.
Tuvimos una conversación con un monje que nos
dijo que era tibetano, y que se acercó a nuestro cuarto. Nos habló de Buda y del budismo, pero en lo que mas
estaba interesado era en nuestra generosidad.
Fue una corta aunque suficiente estadía. Partimos
al otro día, al despuntar el alba, reconfortados y fortalecidos por la doctrina filosófica y religiosa, que fundara
el “iluminado” Siddartha Gautama, en el siglo VI, A.C.
TIRUVANNAMALAI
En esta localidad se encuentra el
Ashram de Ramana Maharshi, maestro
reconocido ampliamente por sus virtudes y profundas enseñanzas, las que pueden
encontrarse en “El Evangelio del Maharshi”
Sus enseñanzas se basan en la indagación
personal del devoto al preguntarse interiormente: ¿Quién soy yo? La
respuesta a esta pregunta se sustenta en la negación de aquello que aparentamos ser, llámese el
cuerpo, la mente, etc. y es entonces
que con esfuerzo y constancia nuestro ego puede
destruirse y trascender al verdadero yo, que no es otro que aquello que
llamamos Dios.
Tiruvannamalai se encuentra a unos 200 km . de Madrás y solo es
posible llegar por carretera. (No pasa por ella la red ferroviaria). Llegamos
al ashram ―que se encuentra en las afueras de Tiruvannamalai― en un auto de
alquiler. (Habíamos partido de Madrás,
temprano en la mañana en un incómodo
autobús que nos dejó en el Terminal). Un
devoto nos recibió, nos enseñó las instalaciones y todo lo que el maestro había
empleado en vida. Nos contó muchas anécdotas de su relación con Sri Ramana. (El maestro dejó este mundo en 1950). El
relato se basaba en lo cotidiano de la relación entre el maestro y los
discípulos. Las enseñanzas se impartían
en todos los sucesos de la vida ordinaria que se hacía en el ashram.
Con asombro vimos entre los objetos que le habían sido obsequiados
al maestro, −como ofrendas− se
encontraba un mate con su correspondiente
bombilla, de seguro de algún visitante del Cono Sur. Las instalaciones
eran sencillas, ascéticas, aunque agradables y ordenadas. Vimos muchas aves, en
especial unos pavos reales con sus colas desplegadas.
Este amable seguidor de las enseñanzas de
Sri Ramana, nos invitó a recorrer a pié el perímetro del Arunachala, la montaña sagrada que se encuentra cercana.
Emerge solitaria sobre una extensa planicie. Tiene forma de cono irregular
y oí que es antípoda de la cordillera de
los Andes. Este trayecto, llamado en sanscrito: giripradakshina, completa una distancia de unos 18 Kms., y su
recorrido es considerado como un acto devociónal
de peregrinación. Acordamos hacer la
circunvalación en horas nocturnas para evitar el excesivo calor del día. La hicimos al otro día el maestro y yo,
acompañados por el devoto. Partimos a medianoche. Caminamos en silencio,
con una actitud de recogimiento por angostos y algunas veces tortuosos senderos. En una
parte del trayecto pasa por los suburbios de Tiruvannamalai. Volvimos casi al amanecer, rendidos por la dificultosa caminata.
Como dato anecdótico incluyo que el escritor
inglés Somerset Maughan visitó este lugar en 1938, atraído por la personalidad de
Sri Ramana Maharshi, y mucho de lo que allí percibió, lo incluyó posteriormente
en su famosa novela: El filo de la Navaja.
Tiempo después, ya de regreso en Buenos Aires,
recibimos con agrado una correspondencia de la India y en el sobre estaba pegada una estampilla
que representaba a Sri Ramana. Era un homenaje que el gobierno de la India hacía al maestro de
Tiruvannamalai
CALCUTA
Calcuta no es una
ciudad, es un caos viviente, un infierno sin fuego. Recuerdo esta superpoblada
metrópolis como un conjunto de personas,
animales, edificios, vehículos, objetos, como son todas las ciudades del mundo,
pero esta tiene una particularidad que la hace diferente a todas. Aquí es posible toda la imposibilidad imaginable.
Este caos no ha cambiado en el transcurso de los años hasta el día de hoy.
La miseria, la suciedad, el excremento es tan
habitual y aceptable que a nadie se le ocurriría erradicarlos. Todo tiene su
lugar, su espacio y sin embargo todo está intrínsecamente ligado. A nadie
extraña que haya gente que se muera en la calle. ¿Y es que si viven en la
calle, donde habrían de morir?
Palacios suntuosos, parques cuidados, monumentos, modernos
edificios, centros culturales, hoteles
lujosos, importantes industrias es decir todo lo que hace a que una gran ciudad
sea considerada como tal contrasta irremediablemente con todas las miserias
inconcebibles. Si.., en Calcuta cabe todo.
Llegamos por ferrocarril a la enorme estación de Howrah. (La más grande de Asia).
Esta funciona como Terminal ferroviario de Calcuta.
La
ciudad de Howrah, está situada frente a
Calcuta, separadas ambas por el río Hooghly y unidas por un puente colgante.
Por este largo puente metálico, ―que es el
segundo en tamaño en el orbe― circula todo aquello pueda moverse, desde vacas
sueltas a lujosos automóviles diplomáticos. Pasando por carros con mercancías
acarreados por animales o personas, bicicletas, motos, rickshows, taxis, autobuses, camiones, automóviles,
cargadores de bultos de a pie, perros,
transeúntes, etc, etc, y cuanta cosa que quiera usted antojarse, con seguridad
no se equivocará. Las estadísticas dicen que actualmente cruzan este puente
diariamente más de un millón de personas.
En un taxi salimos para Calcuta. Ordenamos al
chofer que nos condujera a un hotel de cocina internacional. Nos llevó a uno
que por su aspecto debía ser por lo menos de cuatro estrellas y de estilo tradicional. La entrada tenía un gran portón de rejas, y
para llegar al edificio recorrimos un camino dentro de un pequeño parque. En la
escalinata de entrada nos recibieron como si llegara un maharajá con su corte.
El personal de servicio vestía un impecable atuendo blanco al mejor estilo del
país, con su correspondiente turbante.
Nos colmaron de consideraciones y quedamos pensando cuanto costaría aquello. No
fue barato, excedía nuestros planes,
pero allí estábamos y allí nos quedaríamos.
Después de registrarnos nos condujeron a una
magnífica habitación, con un balcón con vista al parque. El piso era de un inmaculado
mármol blanco, el baño casi tan grande como la habitación con una gran bañera,
con piso y paredes de mármol. Su estilo
correspondía al Inglés Victoriano mezclado con el más puro tradicional
Hindú. Funcionaba en un antiguo y
clásico edificio rodeado de magníficos
jardines. Creo recordar que su nombre era algo como New Regency y fue construido por los ingleses en la época
colonial.
Todo era silencioso y placentero. Podríamos
estar en París, Londres o Nueva York, desde allí no se veía la ciudad.
El clima era agradable, el ambiente grato y
nosotros que veníamos extenuados, mal alimentados, mal alojados y deseosos de
descanso, encontramos que la
Providencia nos tenía reservada una tregua en ese aventurado
viaje.
En
tal ocasión tuvimos la oportunidad de degustar con el apetito de los hambrientos, unos
excelentes y abundantes manjares de la mejor cocina sajona, que nos traían a la habitación en unas grandes
bandejas. Siempre quedaba un sirviente a un costado de la entrada del cuarto y
para solicitarlo solo bastaba con golpear con los nudillos en la parte interna de
la puerta para que de
inmediato este entrara haciendo una reverencia. Quizá era una
antigua costumbre de la época colonial, probablemente inspirada, ―según mi
imaginación― en los Cuentos de Las Mil y Una Noches.
Allí
nos sucedió un imprevisto suceso: Teníamos una pequeña cocina eléctrica que
compramos en Bombay y con ella podíamos preparar algún alimento. En esa oportunidad
dispuse la cocina en el piso del baño para calentar agua y preparar te. Mientras esperaba en la habitación que el
agua hirviera se oyó una violenta
explosión que provenía del baño. El ruido fue de tal magnitud, que se
apersonaron algunos empleados del hotel.
Sabiendo que los hoteles por lo general desautorizan en empleo de estos
artefactos, lo único que podíamos decir
era que nada sabíamos de la detonación, por lo menos hasta estar seguros de sus
motivos y posibles daños. Como nos vieron
tranquilos y aparentemente tan desorientados como ellos, se aquietaron y el asunto se relegó. Nosotros
sabíamos que el ruido tenía que ver con la cocina pero no descubrimos de
inmediato la causa. El suelo donde estaba apoyada estaba caliente, debido al mal diseño del artefacto, que nosotros
desconocíamos. Observando con detenimiento descubrí una rajadura en la lámina de mármol del piso. El daño fue causado por el
calor que provocó la dilatación de este con el
consecuente estallido. Afortunadamente fue un leve deterioro, podríamos decir que fue más
el ruido que las nueces.
Una tarde en que salimos de compras a un
grande y conocido mercado, ―llamado New Market― al mas puro estilo oriental, donde se podía
encontrar absolutamente de todo, se nos hizo tarde y al no encontrar un taxi para
regresar al hotel aceptamos el ofrecimiento de tres conductores de rickshow, (aquí se llaman
rikcshow-pullers) para trasladarnos al
hotel. Nos pareció impropio ser transportados así, pero no habiendo otra alternativa nos montamos en los vehículos y partimos. Eran hombres jóvenes, que descalzos marchaban
arrastrando el coche con un paso ágil y
presto. En sus rostros había constantemente
una sonrisa agradable y franca.
Nos hicieron un magnifico favor al llevarnos sanos y salvos hasta el hotel. Fue un largo y accidentado trayecto, que
seguramente para acortarlo tomaron atajos con pavimentos mal conservados. Llegaron agotados por la marcha y nos cobraban algo tan exiguo, que nuestra conciencia
con toda justicia retribuyó con creces su tarifa.
Creo que asistimos al Templo de Dakshineswar,
donde el maestro Sri Ramakrishna ejerció parte de su misión. Es un
recuerdo vago, él que increíblemente se
ha borrado de la mente. Tengo un recuerdo visual como en un sueño. Veo la
fachada del templo, otras construcciones,
unas habitaciones interiores del maestro y Sarada Devi, −su esposa- con
unos lechos que a modo de almohadas habían unos cojines cilíndricos que
pertenecían a los esposos. Observo asimismo un suelo exterior pedregoso, muchos visitantes y nada más. Es tan borroso
que quizás solo ha sido un sueño o el recuerdo de un documento visual.
Visitamos el Ashram Ramakrishna,
funcionaba en un moderno edificio, en un
suburbio de Calcuta. Allí contactamos con algunas personas las que amablemente
nos llevaron a sus casas y compartimos sus estilos cotidianos de vida. Vivian
en una tranquila urbanización de clase
media. Nos invitaron a pasar la noche. Lo hicimos en la casa de un arquitecto
quien acogedoramente nos brindó su propio dormitorio el que habitualmente compartía con su esposa e
hijo pequeño. Era una habitación grande con un inmenso mosquitero que ocupaba
todo el cuarto. Este arquitecto del cual olvidé su nombre, fue el que proyectó
el pabellón de la India
en la exposición Mundial de de Tokio de 1970, y que resultó premiado, según
creo recordar. Desde aquí abandonamos Calcuta,
una ciudad sin par en el mundo, en busca de destinos más apacibles y
reposados.
SWAMI CHIDANANDA
Este religioso del hinduismo dotado de una
profunda santidad es el heredero de toda
la virtud que es posible imaginar de la gesta de los Grandes Maestros de la India. Fue un alma consagrada
al servicio, sin exclusión alguna. Fue
discípulo de Sivananda, fundador del ashram, que lleva su nombre, y continuador
de las
enseñanzas de su maestro. Durante su
juventud estudió en una institución
cristiana, establecida en la
India , por lo que tuvo contacto con el pensamiento y la
religión occidental.
Había nacido un 24 de septiembre de 1916 y dejó esta vida el
28 de agosto del 2008, poco antes de cumplir 92 años. Fue un hombre cultivado,
inteligente, activo y sumamente práctico. Alto, delgado y de andar ágil en sus mejores años. Su aspecto evidenciaba dignidad
y nobleza, era pródigo en comedimiento y en su rostro siempre brotaba una
espontánea sonrisa. Sencillo y humilde; con una personalidad bondadosa, plena de dinamismo y energía. Respetuoso, paciente al
escuchar, con un trato sumamente
cortés y comedido. Reconocido y apreciado en su país y en el exterior; solía
viajar asiduamente dentro y fuera de la India , llevando un mensaje de hermandad y buena voluntad. Es sin la
menor duda un verdadero santo y su presencia en nuestros corazones es
gratificante y perenne como la hierba.
En ocasión de nuestra visita a la India tuvimos la dicha de
encontrarlo, en los primeros meses de 1972, en Cuttack, una ciudad en la que se
celebraba un congreso de de religiones. Se realizaba este evento en un estadio
deportivo a la que asistió considerable público y expusieron numerosos conferencistas de
diferentes cultos. Swami Chidananda presidía el evento, sentado en el alto estrado
y atento a las palabras de los disertantes, que se expresaban en diferentes lenguas de la India.
Al finalizar cada alocución, Swami Chidananda la traducía brevemente al
inglés y a otras lenguas locales. Asimismo de manera llana y campechana utilizaba el
maestro, un reloj despertador de
aquellos antiguos, a cuerda, que con su estridente campanilla, daba aviso a los
participantes de forma equitativa que el tiempo para su discurso había llegado
a su fin.
Al
día siguiente de este evento tuvimos oportunidad de acompañarlo, tras su invitación,
a una visita que hiciera a la cárcel de la ciudad, con la finalidad llevarles a
los presos un mensaje de paz y esperanza. Su presencia fue una bendición para
presos y guardianes. Se le honró como un
verdadero santo, portador de consuelo y
esperanza Pidió que lo llevaran a lugar donde estaban
los presos con severo castigo. Se encontraban estos individualmente inmersos en
pozos profundos, aislados e incomunicados totalmente y cubierto el hueco en su parte superior por
una pesada tapa de hierro. Les habló desde lo alto como suma compasión, oyó
sus palabras, les consoló con un mensaje de esperanza, les instó a ser dignos y
virtuosos, y por último les bendijo. Rogó a las autoridades por ellos; a su instancia fueron perdonados todos los
castigos severos que esos hombres y
algunos otros soportaban. Swami Chidananda obraba y su ser traslucía la
galanura divina; una soberbia majestad de imponente peso y virtud que nos cautivó a todos los que nos cupo
presenciar la circunstancia, fuéramos funcionarios, presos o visitantes. Rememoramos esta experiencia con emoción por
haber evidenciado en nuestra alma y en la de los demás que allí estábamos, el
porte de la Divinidad. Es
oportuno dejar constancia en estas líneas que solo con observar el brillo de los ojos de todos los allí presentes
y sentir en el ambiente una paz excepcional y imponente no dejaba lugar a
ninguna otra apreciación.
Tenemos una anécdota que ilustra lo que significaba en la India , Swami Chidananda,
como hombre religioso de reconocida potestad institucional, que se intuía a
través de su persona y era su perenne energía espiritual. La experiencia
confirma lo dicho y es un sorprendente suceso que hemos a continuación aquí
anotar:
Estábamos alojados en Cuttack, en un
hotel muy informal, atendido por gente joven, en el que siempre se oía música de moda, sin
embargo era correcto y con un excelente
servicio. Su personal nos trataba con
respeto y amabilidad aunque a veces con cierta frivolidad. Era una costumbre
muy generalizada en la India
de aquella época, el dar un trato informal a todos los visitantes occidentales,
que eran muchos y que se vestían a la usanza hindu. Recordemos que en esos años
los hippies o aquellos que los imitaban acostumbraban a visitar la India , influenciados por un
despertar hacia lo oriental que se dio en occidente. Los Beatles también
participaron en ello, inclusive tomaron como gurú a un dudoso santón de
Rishikesh, llamado Maharishi Majesh Yogi, al que le dieron fama universal. Es
por ello que por tener nosotros un inconfundible aspecto occidental y vestir a
la usanza india, como ya explicamos, los hippies lo hacían, nos confundían y nos desestimaban al igual que a ellos en nuestra verdadera
condición espiritual. El día previo al
congreso, Swami Chidananda al saber de
nuestra presencia en la ciudad, adelantó el encuentro y nos visitó atenta e
inesperadamente en el referido hotel. Llegó en un auto oficial, que el gobierno ponía a su disposición, con chofer
uniformado incluso. Imagínese lector, la expresión del personal de la recepción,
al ver entrar en el lobby al Swamiji. En el supuesto improbable que no le
conocieran, no podían dejar de observar y cerciorarse del peso institucional y espiritual de esa humilde pero distinguida personalidad a la que saludaron con especial respeto y consideración.
El golpe fue tan fuerte e inesperado, que quedaron boquiabiertos
y confundidos. (Desde ese día nos trataron con circunspecta cortesía).
Tenemos
ya para terminar otra recuerdo que se corresponde con el mismo evento, esta lo muestra
en su abierta bondad: Al finalizar el
congreso, Swamiji fue despedido al
partir con otro destino, en la estación de trenes por numerosos fieles, que a modo tradicional colocaban en su cuello guirnaldas de flores y
le ofrendaban frutas, que el recibía y luego repartía entre los devotos. Era
una gran multitud y entre aquellos, dos jóvenes ajenos a la despedida y un poco
alejados, ironizaban sobre la devoción de los fieles hacia el maestro y todo lo
demás que allí acontecía. Swami Chidananda, a pesar de todo el bullicio reparó en ellos. Los llamó y le ofrendó una manzana a cada uno. Los
muchachos visiblemente avergonzados y
sorprendidos agradecieron
azorados, entre la sonrisa de los presentes, el gesto afectuoso y considerado del maestro.
Hoy,
a casi cuarenta años de lo aquí relatado, aún recordamos vivamente esas experiencias que
no dudamos de que nos han enriquecido espiritualmente. Afortunadamente, hoy por medio del
maravilloso Internet disponemos de una amplia información sobre su persona y obra. Su presencia espiritual nos
acompaña en nuestra vida diaria. Es oportuno aprovechar esta herramienta
cibernética para dar un testimonio más, de un ser excepcional que consideramos,
(no somos los únicos) como el Último de los Grandes Maestros de la Antigua India. Ya
esta antigua nación, cuna de inmortales
maestros, ya ha comenzado a formar parte de la era de la globalización. Nuestras
palabras finales son de agradecimiento al maestro Chidananda y por sobre todo a
Dios que propició este inolvidable encuentro. Todo lo aquí relatado es un
recuerdo auténtico y Dios es testigo de ello. Solo nos queda pedir la bendición
al maestro para que nos siga acompañando
en nuestro derrotero por la vida.
Aquellos que hubieren sido bendecidos por el maestro Chidananda tienen además
del privilegio de su gracia el compromiso
que ante Dios asumimos al recibir sus
dádivas. La palabra de un maestro está llena de amor, de verdad, de justicia y
es inmensa como el universo todo. Una respetuosa, afectuosa y sincera
invocación a nuestro inolvidable
Swamiji…
Imágenes
de
Swami Chidananda
En Rishikesh a
orillas del Gangá, (así llaman los indios a su río sagrado) paraje inolvidable
en que permanecimos más tiempo que en otros lugares de la geografía de la India. Tuvimos oportunidad de conocer y admirar a tres
originales sadhús, (ascetas) que eran compañeros y peregrinaban juntos.
Los encontramos en un lugar próximo a nuestro
albergue, en un espacio abierto, a un
costado de la carretera que llega a la localidad de Dehra-Dun.
Habiánse bañado en el Ganges y
lavado su ropa. Con ella ya seca se acababan de vestir y untarse el rostro
con ceniza, señal propia de renuncia.
Sus cabellos largos y desordenados, que por falta de peinado se enrollaban y se anudaban
naturalmente, les daban un aspecto de informalidad que los distinguían de
los otros peregrinos.
Eran estos ascetas como una unidad
compuesta por tres elementos independientes pero a la vez solidarios e incondicionales. Nos acercamos
por curiosidad y alguien que allí estaba comenzó a interesarse en
explicarnos sobre los sadhús y
traducirnos al inglés la conversación que con ellos iniciamos.
Su aspecto irradiaba simpatía, siempre
sonrientes y atentos. Eran altos, magros, con esa flacura propia de los
anacoretas, que por ser personas de renuncia y nada sedentarios la gordura les sobra y molesta.
Estos seres practicaban un riguroso ascetismo, vivían muy frugalmente y luchaban con denuedo con
sus propios deseos, a los que consideraban mundanos, para trascender el ego y alcanzar la
identidad con la divinidad. Los verdaderos cultores de esta disciplina son
aceptados y protegidos por las personas con valores espirituales.
Estaban saludables y su edad era
indefinida, aunque rayando la
madurez. Sus ojos brillantes y francos transmitían una natural bondad, propia
de los seres que sinceramente practican una vida espiritual. Esta regla no
necesariamente predomina entre los sadhús, que marchan por casi todas partes.
Hay vagabundos que fingen ser sadhús
aunque por su aspecto y actos son
fácilmente reconocidos.
Hablamos de muchas cosas interesantes
sobre sus vidas y del largo periplo de peregrinación que hacían a pié. Tenían
exactamente lo puesto y algún par de cuencos para comer y beber. No necesitaban
nada más. El alimento nunca les faltaba como tampoco un lugar donde apoyar el
cuerpo y dormir. Aquí se comprende cabalmente
la sentencia que dice: “El hombre
que más tiene es el que menos necesita”
Les ofrecimos regalarles unos
calzoncillos largos de abrigo que ya no íbamos a usar y que a ellos seguramente
emplearían cuando llegara el invierno. Aceptaron y después de tomarles unas
fotos nos acompañaron hasta nuestro albergue para entregarles las prendas. Las
recibieron y agradecieron a la usanza hindú que consiste en tomar lo dado con
ambas manos, juntándolas en posición de rezo y elevándolas hacia la frente. De
esa forma se agradece a Dios, el verdadero proveedor de todo, por lo recibido.
Nos despedimos. Los tres marcharon con sus contagiosas sonrisas y a paso
tranquilo rumbo a quien sabe que azarosa fortuna. De lo que sí estarán plenamente
convencidos, será que todo lo que les
acontezca no será ajeno a la única voluntad que existe…., la suprema voluntad del Creador.
LOS MONOS
Esta es una historia de
monos, de esos animales tan inteligentes y tan parecidos a nosotros.
Relataré aquí dos experiencias diferentes. Empiezo por aquellos que organizados por familias viven en una comunidad perfectamente y naturalmente
organizada. Son las especies salvajes, que viven en la selva:
Estábamos
acampados en una zona arbórea, cuando de repente aparecen sobre las ramas de los árboles un par de
monos jóvenes, comiendo los frutos que iban recolectando. Nos observan
disimuladamente un rato, luego avanzan y al instante aparecen otros que siguen a los primeros. De improviso
observo, lo que es una multitud de estos individuos que avanzan sobre los
árboles en una sola dirección, de
inmediato comprendo: Es una migración. Los primeros eran los vigías, prestos
a investigar y reconocer cualquier peligro si lo hubiere y comunicarlo a sus cercanos
seguidores. A continuación se
acercan haciendo un circulo los machos
vigorosos protegiendo a las hembras y sus crías que se hallan en el centro Más
atrás siguen los débiles, los enfermos y
los ancianos que también van protegidos
por los más fuertes. Curiosamente observé un individuo quien
probablemente herido o enfermo caminaba ayudado por otro. Marchaban en silencio
La velocidad de marcha estaba dada por los más lentos. Serian unos trescientos
o más y avanzaron por el paisaje hasta
que se alejaron.
La otra experiencia tiene que ver con
aquellos monos que frecuentan a los humanos y que generalmente aprenden más
sus vicios que sus virtudes. En toda la India hay monos en libertad,
que coexisten con las personas. Se los
encuentra en todas partes. Algunas casas suelen tener rejas para evitar ser
invadidas. En la vivienda, donde estábamos
alojados, en Rishikesh, a veces se acercaban, sin mayor incidencia, hasta que
una vez, estando preparando alguna
comida en la cocina, penetró expeditamente un mono con el claro objetivo
de robar comida. De un nicho que había en la pared, en la que se guardaban alimentos, intentó
inútilmente llevarse algo. Solo consiguió, en su apuro, arrojar al suelo
algunas latas. Era un mono joven al que
yo generalmente convidaba con un cambur. Siempre estaba en un techo próximo y
allí le arrojaba la fruta, la que comía apurado e intranquilo, mirando vigilante hacia todas
partes por temor a ser despojado de su alimento por otros monos. Para evitar el
riesgo de que le quitaran el cambur,
después de tomarlo procedía a pelarlo e
introducirlo completamente en su boca,
en el costado externo de la dentadura.
Allí lo mantenía tomando pequeñas porciones del cambur, al que empujaba con la mano hacia los dientes, (desde la parte externa de la boca para masticarlas). .Nunca había bajado, hasta esa oportunidad. El
sabía que había comida, y es probable que
con otros anteriores huéspedes, hubiera tenido éxito. Después del
fallido intento escapó raudamente, y yo lo seguí vociferando, para
amedrentarlo. Di por terminado el incidente y después de comer me recosté un
momento en mi cuarto. Al salir, inesperadamente me encontré con tres monos,
quienes perfectamente parados ante mi, y con amenazante mirada me estaban esperando. Confieso que sentí miedo.
Eran unos ejemplares como de un metro y pico de estatura. De facciones
perfectamente diferenciadas entre ellos y con aspecto intimidatorio como tienen
los malandros de nuestra especie. Deduje que su presencia allí correspondía al
altercado reciente con el mono joven….. (Seguramente
para pedirme explicaciones)…. Entré al cuarto y armado con un cepillo de barrer salí para espantarlos. No valieron amenazas, ni
gritos, ni nada…., no se movieron. Al momento comprendí que allí no valían ni valentías, ni actos de arrojo, sino solo
saber tratarlos. Ellos con su
inteligencia descubrieron mi ignorancia,
mi falta de experiencia, y se aprovechaban de la situación. A poco, se acercó
el casero que al oír mis gritos, acudió…… y bastó solo su presencia para
alejarlos.
LOS LEPROSOS
Este recuerdo se
parece a una historia de terror. Sucedió en Rishikesh, una noche, ya bien
tarde. Nos habíamos quedado en la ribera izquierda del Ganges, a pasar la
noche. Creo que por perder el último bote para regresar.
En la arena todavía caliente, en la que
horadamos un poco nos acostamos. Al principio era confortable, pero a medida que transcurrió la noche, la
arena se fue enfriando hasta hacerse inaguantable, por lo que decidimos
regresar a nuestro albergue caminando. Para ello había que atravesar un puente
distante sobre el río.
La
noche era clara y serena. En ese puente,
antiguo y de piedra, estaban instalados unos leprosos en unas especies de
cobertizos muy precarios. Allí vivían, aprovechando el paso de los peregrinos
para pedirles limosna.
Llegamos a aquel lugar luego de superar un largo sendero ribereño. Apenas empezamos a atravesar el puente,
cuando una jauría de perros nos salió al paso, entre ladridos y amenazadores
gruñidos. Eran los perros de los leprosos que vigilaban su territorio y
encaraban a cualquier extraño que por allí anduviere. No podíamos detenernos, ni
escapar, pues nos habrían perseguido y mordido. Los enfrentamos con decisión.
Manteniendo firme el paso y dispuestos a defendernos. Era una situación
delicada. No teníamos absolutamente nada con que protegernos. El bochinche era
infernal y lo único que nos faltaba era que se despertaran los leprosos y estos
se sumaran a los perros. Yo me los imaginaba sobre nosotros, amenazantes,
mostrándonos sus mutilaciones y llagas,
―que es como ellos proceden para atemorizar y así obtener limosnas―. Los
cánidos no nos daban tregua, se acercaban peligrosamente y nosotros los
alejábamos amagándoles puntapiés.
Así poco a poco, aunque con esfuerzo, llegamos al final del puente. Ya en
el camino y alejados, todavía nos perseguían. Por fortuna había piedras en
el suelo, las que usamos como proyectiles y así terminó esa odisea…….;
claro, que la historia habría sido más
interesante si los leprosos hubieren intervenido. Ellos seguramente oyeron todo
y se dieron perfecta cuenta de que no existía para su seguridad ningún peligro
y por eso no se levantaron de sus
camas…….., afortunadamente.
PROHIBIDO PESCAR
En Rishikesh donde el Ganges es todavía
un río de montaña abundaban los peces. Algunos de estos eran lo suficientemente
grandes como para sobrepasar algunos de ellos el kilogramo.
Era posible verlos en gran número en la
superficie, disputándose los alimentos
que caritativamente le ofrecían los peregrinos, cuando estos llegaban a bordo del bote que los cruzaba de
una orilla a otra. Consideraban que si
el río era sagrado por ende también lo serían los peces que allí habitaban.
El hinduismo prohíbe el sacrificio de animales
para alimentarse y sus fieles adeptos,
jamás pescarían un pez para ese fin. Allí los peces gozaban de la protección
incondicional de todo el mundo.
Un buen día, alguien, de origen occidental, visitante o más aún turista,
tuvo la “peregrina” idea , al no ver ningún cartel que lo prohibiera, de ponerse a pescar. Iba preparado con una
novísima caña con su correspondiente reel, que tal vez siendo afecto a la pesca
deportiva emplearía regularmente donde
concurriera. Lo cierto que este hombre, inocente en grado extremo, con
una ingenuidad propia de un niño lanzó al río la línea con su infaltable
anzuelo.
Al instante llegó una multitud increpándolo
severamente. El pobre hombre no advirtiendo el porqué de esa agresión a la que
se sumaban cada vez más personas, retrocede aterrado abandonando la caña. Le
hablan en lenguas que no conoce, lo que sí está seguro es que no lo están
alabando y cuando ya no se salvaba de una
inevitable paliza, surge alguien, que ajeno a la chusma, lo protege y
repele a los agresores, calmándolos con energía hasta serenarlos.
Cuando
se hace silencio este salvador le habla a la turba explicándoles sobre el
desconocimiento inocente de las reglas por parte del extranjero y luego se
dirige a éste, hablándole en inglés sobre la falta cometida.
El hombre ya más tranquilo y aliviado,
comprendiendo lo sucedido, bosquejó una
sonrisa, y ya seguro, aunque sin perder la candidez que lo caracterizaba,
lanzó, ―según recuerdo― estas palabras: ―Nada
de esto hubiera ocurrido, si por lo
menos hubieran puesto un cartel que dijera: PROHIBIDO PESCAR……….pues.
TORMENTA ELECTRICA
Fue una tormenta inolvidable, nunca había visto nada más espectacular, tanto que por
observarla no dormí, sino al final de la
noche. Sucedió en Rishikesh. Por fortuna
esa noche nos quedamos en el gath, para
allí dormir, como tantos otros
que vienen a este lugar en devota peregrinación. Estábamos en la parte externa
de un templo, frente al Ganges, protegidos bajo techo, en una especie de
recova. Me encontraba acomodando una
manta que hacía de lecho, cuando empezó a tronar. El sonido del trueno
al rebotar en las montañas producía un intenso y agradable eco. De inmediato
empezó a llover. Era el preludio del monzón que empieza a anunciarse con
tormentas eléctricas después de jornadas calurosas. Un trueno muy intenso
seguido de un luminoso relámpago fue el comienzo del espectáculo. Frente a
nosotros en un inmenso escenario,
iluminado por la luz fantasmal de
los relámpagos se distinguían las innumerables torres, de templos e
edificaciones. La visión abarcaba unos 180 grados y alcanzaba hasta las
montañas distantes de ese magnifico Himalaya. Los relámpagos se repetían sin
cesar y antes que se apagara su luz,
surgía otro que continuaba la iluminación, produciendo diferentes intensidades
de una luz azulosa y fría, cortante. La
visión se reflejaba en el río, produciendo
efectos invertidos de la imagen
original. Era un regalo para la vista, una verdadera exhibición de las maravillosas fuerzas atmosféricas. Duró hasta bastante entrada la noche, siempre cambiante e interesante.
Fue una magnífica fiesta de luz y
sonido, preparada y representada exquisitamente por la naturaleza, que hasta hoy no he visto
repetirse en ningún otro lugar, con igual dramatismo, duración e intensidad……. como
la de aquella imborrable,
tormentosa e interminable noche
frente al Ganges, en Rishikesh…….
NUEVA DELHI
Esta ciudad es la capital de la India desde 1929. Fue
urbanizada como una extensión de Delhi original. Sus espacios son sumamente
amplios y no se ven las aglomeraciones de vehículos y personas como en otras
ciudades de la India. Es
una ciudad perfectamente delineada y ordenada. Allí no se veían vacas, ni
mendigos, ni la pobreza que era
corriente en otras ciudades. Desde Rishikesh, que está relativamente cerca
viajaba con cierta frecuencia. Para ello utilizaba el tren nocturno que pasaba
por Rishikesh alrededor de las diez
y arribaba a Delhi después del amanecer. Nunca encontraba asientos, por
lo que viajaba precariamente en el
furgón de carga acostado en el suelo. A medida que transcurría el trayecto y en
las estaciones en que paraba subían nuevos pasajeros que también viajaban
tendidos, hasta que se completaba el espacio. La aglomeración era tal, que si
recogía las piernas, aunque fuera un
momento, ya no podía volver a estirarlas
porque alguien ya había extendido las
suyas. Algunas veces, al llegar a alguna estación se hacían inspecciones solicitando el pasaje; entonces el vagón quedaba vacío.
Nadie pagaba su boleto. En una oportunidad los infractores fueron llevados presos, escoltados por unos policías armados
insólitamente con lanzas.
En Nueva Delhi
nos alojábamos en el hotel de la
YMCA , que era
excelente y económico, al igual que su restorán, de comida occidental. Se podía
comer un menú de dos platos, que por lo
menos uno incluía carne por unos cinco dólares. Era un hotel moderno de varios
pisos y muchas habitaciones. No tenía aire acondicionado. Cuando el verano
avanzaba el calor se hacía muy intenso, pasando fácilmente el termómetro los
cuarenta grados centígrados, con una
humedad relativa ambiental sumamente baja: un quince por ciento. Para bajar la temperatura, el hotel recurría
al principio físico de la evaporación. Para ello en la entrada se construyó
una especie de túnel, con hojas de palmeras, a las que se regaban
continuamente. Adentro en el hall había un sector cubierto de vidrio, por los
que descendía una corriente de agua. En la parte superior de este recinto
estaban instalados unos poderosos extractores,
con los que se conseguía que una
fuerte corriente de aire húmedo entrara
del exterior, que al evaporarse se conseguía bajar la temperatura unos grados.
Lo cierto era que en el lobby se soportaba el calor perfectamente.
Las
habitaciones eran amplias con un
ventilador en el techo. Una noche de sofocante calor y no pudiendo dormir por
ello, opté por mojar las sábanas y cubrirme con ellas. Colocado bajo el
ventilador conseguía aliviar la incomodidad. Desafortunadamente el alivio
duraba poco, rápidamente las sábanas se secaban y quedaban rígidas como unas
tablas. Repetía la operación una y otra vez,
hasta que agotado e irritado, opté
por arrojar un par tobos de agua
sobre las sábanas y el colchón, y así pude dormir, aunque preocupado por los
daños que pudiera ocasionar el agua en
este último. Inútil preocupación:
Por la mañana todo estaba tan seco como si jamás hubiera existido el agua.
En la calle, en cada esquina existía un puesto
donde vendían agua. La servían en un vaso de vidrio y costaba, creo que cinco céntimos de rupia. Caminando
estaba obligado a consumir un vaso en cada puesto que encontrara para aliviar
la sed y evitar la deshidratación, a
pesar de que el agua podría no ser potable.
Al final de nuestra estadía el dinero era
escaso y por esta causa vendimos el
equipo fotográfico. El cual por fortuna, además de documentar el viaje, suplió
la carencia de dinero.
Otro recuerdo digno de citar, fueron las
visitas que hicimos al consulado
argentino en esta ciudad. Allí fuimos amablemente atendidos por un empleado
indio, con el que hicimos amistad y del
que olvidé su nombre. Lo asombroso era la pronunciación tan “porteña” de
este funcionario que nunca había estado
en la Argentina. Hacía
muchos años que trabajaba en el consulado y la embajada y había
aprendido a hablar el castellano con el personal enviado desde la Argentina a la representación. Sabía de tango, fútbol,
películas argentinas, tomaba mate y como
recibía diarios y revistas desde Buenos Aires estaba al día de cuanta cosa
acontecía allá. Había conocido y tratado al embajador Scilingo, que sin ser
hindú, entendía y amaba esa cultura y que hubo tenido amistad
con mi padre.
Partir
de la India no
fue empresa fácil. Teníamos la visa vencida y no querían renovarla, tampoco
nosotros queríamos hacerlo, solo queríamos partir. Estos países adolecen de una
exagerada burocracia. Después de mucho batallar nos autorizaron a ello. Habíamos decidido partir por tierra
con destino a Europa. Al tramitar las visas, en la fastuosa embajada de Pakistán, nos la negaron, por
causa de la guerra que mantenía este país con India. Estaban los suizos a cargo de la
representación y en el instructivo que les dejaron los pakistaníes al partir
habían olvidado de incluir Argentina. Por ello tuvimos que esperar que nos
enviaran desde Buenos Aires pasajes aéreos hasta Kabul, la capital de Afganistán, ya que nosotros carecíamos de dinero para
comprarlos. A esta altura, la
India se había convertido en un problema de complicada
solución que comprendía entre otros elementos,
la espera de los boletos aéreos, los excesivos trámites de salida, el
tórrido calor, la incertidumbre sobre
fechas y destinos y por sobre todo la escasez de dinero. Hasta que
un buen día, el cuatro de julio de 1972, a
las dos de la tarde, nos encontramos embarcando. El vuelo se demora en partir por mas de una hora, que sumada a la hora de
espera anterior se completaban dos.
Hasta que por fin partimos, y así dejamos esa
India milenaria, que nos hospedó por más de seis meses. De ella aprendimos
muchas cosas, entre ellas a desarrollar paciencia y estimar
valores esenciales en la
condición humana, como es la vocación de
servicio. Sobre el logro del conocimiento espiritual, aquí resultó tan escaso o
abundante como en otras partes del
mundo. Recuerdo a Swami Chidananda que disertando en el Ashram Sivananda, y
ante una concurrencia, mayoritariamente
de devotos extranjeros, se refirió en
una oportunidad, sobre la dudosa búsqueda
que emprendían algunos occidentales en la India. Él sostenía que los verdaderos maestros
espirituales de la India ,
lamentablemente habían desaparecido.
Estaban en esa conferencia algunos discípulos del Maharishi Mahesh Yogi, el
discutible gurú de los Beatles, que tenía su ashram, allí cerca. Swami Chidananda se refirió a ellos amonestándolos sobre la
probada falsedad de ese camino.
Podríamos seguir escribiendo mucho más sobre la India , donde hay un muy
extenso contenido cultural, digno de analizarlo. Por ahora cierro aquí este
recuerdo y pienso que bien valdría la pena escribir un epílogo sobre este
interesante viaje.
VIAJE A LA INDIA (Epílogo)
Vi en un templo milenario, esculpido
en piedra, lleno de galerías y recovecos, no recuerdo de que lugar, una
ilustración en una de sus ahumadas
paredes que representaba a Shiva, una de la tres divinidades del
hinduismo.
La imagen mostraba a un gigante, que sentado
en la posición para la meditación, se mostraba sereno e inmutable. Por debajo
de su cabeza quedaban los altísimos picos del Himalaya. Lucía imponente y
todopoderoso. Pero lo que más me impresionó fue la leyenda que acompañaba a la
figura. Decía más o menos así: “Cuando en este mundo, el vicio y la corrupción hayan alcanzado el
límite de lo tolerable, yo,….. Shiva, lo destruiré, sin dilación alguna,
sin dejar piedra sobre piedra, para que después, con el devenir de los
tiempos, Brahma vuelva nuevamente a crearlo y Vishnú a conservarlo”.
Así sintetizaba el pensamiento moral y religioso que avala a las principales
filosofías existentes en la India. Es
un país
donde hasta lo profano no escapa a lo divino. Todas sus fiestas
tradicionales son para alabar a la
divinidad y se puede decir que todos los días se festeja algo. La mitología
india es riquísima. Son innumerables deidades que se relacionan entre sí,
creando un mundo fantástico. En ella abunda la pasión, las buenas y las malas
intenciones, el capricho, el amor abnegado, el odio y el rencor. No creo que
exista un indio que sea indiferente a este mundo de símbolos y parábolas. La India guarda un especial
encanto. Se nota que la vida está activa y merece vivirse. El indio, respecto a su personalidad, diré que es
pacífico y amistoso, hospitalario y para nada xenófobo. Tolerante y respetuoso.
Nunca vi peleas, riñas o discusiones,
aunque no estarán exentos de ellas. Las mujeres son reservadas y
recatadas, los hombres expansivos y
comedidos. Quizá un defecto sea su indeferencia (probablemente aparente) al mal
que sus semejantes padecen.
Son sumamente prolíficos, es la segunda nación
del mundo con mayor número de habitantes. En las ciudades y los pueblos siempre
se encuentran multitudes. La pobreza y
la miseria son siempre una constante. Sin dudarlo, vivir en la India es una ardua tarea,
pero es tan fuerte la identidad de un indio
por su patria que jamás, muchos de ellos
imaginarían vivir fuera de ella.
Por lo general los hombres no son recatados en
sus necesidades fisiológicas o quizás
porque escasean los baños en las viviendas. Era común por la mañana al pasar
con el ferrocarril ver a un gentío evacuando a un lado de las vías. También en
algunas estaciones ferroviarias los mingitorios de hombres eran abiertos, en su pared opuesta al lugar
de micción. Todo el mundo veía de atrás al que estaba orinando.
La higiene guarda en su persona un cuidado
especial. Se bañan cuantas veces pueden cuando el tiempo es caluroso. Lavan su
ropa y esperan que seque para volverla a poner, lo que no demora con ese
inclemente sol.
La
dentadura que a falta de cepillos
utilizan unos palillos para su limpieza. Algunos tenían el mal hábito de masticar unas hojas y una nuez, llamada de
bethel, que los hacen escupir
continuamente de rojo en el suelo.
He visto en algunos lugares, en un puesto callejero
donde se vende un dulce en condiciones sumamente antihigiénicas. Es algo similar a una torta, que está totalmente
cubierta de moscas. Si alguien solicita el producto, el vendedor las espanta con la mano y le
rebana su porción. Por otra parte hemos degustado unos exquisitos dulces de
alta repostería, como unas bolas preparadas con leche y presentadas en un
recipiente de barro cocido y ahogadas en
almíbar.
Hay algo que es imposible olvidar, y es el
olor de la India. Es
un olor especial, agradable y reiterativo. Algunas veces fuerte, otras delicado
y sutil. Se aprecia en los comercios y en las casas y en la calle. Una
mezcla de sándalo y especias, nos
atrevemos a precisar
Hay
algunos recuerdos que vienen a la mente en el momento que esto escribo. Fueron
olvidados u omitidos en su oportunidad.
Empiezo por uno de ellos:
…..
Sucedió en una perdida y pequeña aldea,
donde alguien nos debía esperar, seguramente para llevarnos a otro lugar. El
tren que nos traía, y a nuestro pedido
nos bajó, en un apeadero lindero con el pueblo. Serían como las diez de la noche. Nadie nos
esperaba. Alguna persona nos acompañó hasta un templete para descansar y pasar la noche. Era un lugar abierto y allí
nos acomodamos en el suelo para dormir. Estábamos agotados, pero el descanso
duró poco. Alrededor de las dos de la mañana, llegaron unos fieles y empezó el
culto, que duró hasta el amanecer y hubimos de participar en la ceremonia. Por
la mañana llegó la persona citada,
azorada y ofreciendo mil excusas.
…….. En la conferencia de religiones en
Cuttack, de la que hice un relato en
otro capítulo, el arzobispo de Agra,
quien participó allí representando su credo, se expresó elogiosamente
sobre Swami Sivananda. Este sacerdote en los primeros años de su apostolado en la India , tuvo la oportunidad de conocer y apreciar al maestro.
Allí dijo sin que le quedara nada por dentro, que Sivananda a pesar de no practicar el culto católico, era sin duda un verdadero santo, por sus actos y virtudes. Algo que realmente
no es fácil reconocer por la iglesia, según creo.
……... En un lugar que no puedo precisar
había unos puestos callejeros, lo que nosotros llamamos buhoneros, que vendían
diversas cosas. Por lo menos uno de ellos ofrecía dientes humanos. Los
exhibían en pequeños montones.(Hasta hoy
ignoro para que sirvieran.) Otro detalle de allí, es un
vendedor de piel blanca y ojos azules que se diferenciaba de los
demás. Al interrogarlo sobre su origen
me respondió con orgullo y molesto, que
él era absolutamente indio y las suyas eran las características propias de su
raza. Era sin duda un descendiente de los primitivos arios que habitaron el
norte de la India
y que llevaron hasta Europa su cultura, su raza y hasta su idioma, el
Sánscrito, que dio origen a las lenguas germánicas.
………En Benares, en una callejuela, a la
puerta de un templo, un brahmín
extremadamente gordo y corpulento me impide entrar. Es por mi aspecto
occidental, sin embargo se anima a pintarme un punto el entrecejo (un símbolo espiritual) y vociferando me exige que le pagara una rupia por ese
servicio. Al regreso en Buenos Aires y comentándole a mi amigo Alejandro Castro
el incidente, tildó al brahmín, sin compasión, de “ganster”.
………En ocasión de nuestra venta del
equipo fotográfico, que además de una
sencilla Cannon, había una magnífica
cámara de 35 mm .:
Exacta Varex II B, con tres diferentes objetivos intercambiables y accesorios.
Incluía también una filmadora de 16
mm ., “Bell y Howell”, que nunca llegamos a usar por la imposibilidad de conseguir rollos cinematográficos, se interesaron en ayudarnos
un par de “comisionistas”, embrollones y
oportunistas. Fue en la vieja Delhi. Entrábamos en los comercios con ellos y el
equipo en cuestión. Ellos hablaban en su lengua, jamás en inglés con los
comerciantes. Nunca supimos lo que decían y nunca nadie se interesó. Estuvimos
en eso casi toda una tarde, hasta que nos cansamos y para evitar un posible
altercado por nuestra deserción, nos escapamos al mejor estilo de las películas
de Hollywood. Aprovechamos un descuido de ellos y nos encaramamos
prontamente y en marcha en uno de los muchos
rickshow de bicicleta que pasaban
por la calle. Ellos al percatarse de
nuestra ausencia nos buscaron afanosamente
e inútilmente con la vista y nosotros agachados, ocultos dentro del
vehículo los “espiábamos” aliviados y complacidos.
.…….El equipo foto-cinematográfico al fin fue vendido con un regateo, en que los
comerciantes indios eran verdaderos especialistas. Estos artículos, de
importación, eran costosos por los altos
impuestos aduanales. Eran muy buscados y apreciados. Con lo recaudado suplimos las
necesidades más urgentes. No nos podían
enviar más dinero desde Buenos Aires, porque
las leyes argentinas, (en la época que existía el control de
cambio) solo autorizaban el envío al exterior de solo
cien dólares por mes y por persona. Nos quedó un grabador Sony que cambiamos al
partir, en un comercio del hotel donde estábamos alojados, por un juego de
ajedrez, que nos aseguraron que era de puro marfil y una bellísima y pequeña lámpara del mismo material. Al
tasarlo en Buenos Aires, resultó el ajedrez hecho con marfil recuperado y
amalgamado. Sin embargo fue altamente valorado por el exquisito tallado que
tenía y donde ya no importaba el material. La lámpara resultó ser de verdadero
marfil y también magníficamente tallada.
El ajedrez fue regalado a un amigo y la pequeña lámpara que representaba
a la diosa Saraswati, lamentablemente se
quemó por colocarle erróneamente un bombillo
de mucha intensidad. Como dato
ilustrativo diré que compramos en la
India una excelente cítara (sitar) que llevó el maestro a
Buenos Aires y que se vendió por el alto precio que ofreció un
coleccionista.
……
Con este instrumento Tamara tomó clases de música india con un profesor. Era
éste un calificado músico que nos deleitó ejecutando armoniosas “ragas”. De
grata recordación fue su despedida en la estación ferroviaria de una ciudad de
la que olvidé el nombre. Mientras
esperábamos la partida nos dió un extenso y grato recital de esa
maravillosa música.
……Asistimos
a un almuerzo de religiosos de la mas variada procedencia y aspecto. (Probablemente
fue en Cuttack). Los comensales, que
éramos muchos nos sentamos uno al lado del otro, como si estuviéramos ante una
larga mesa, pero en el piso, a la usanza tradicional de la India.
Nos sirvieron la comida sobre hojas de plátano
extendidas en el suelo. Fue el clásico
menú de la India :
Arroz, dahl (lentejas) y las variadas salsas picantes. Es extraño que las comunidades religiosas
rechacen enérgicamente el consumo del inocente ajo y la cebolla por
considerarlos alimentos afrodisíacos o de parecida interpretación y sin embargo
consuman sin la menor moderación, el
picante,―que supongo― es un estimulante irrefutable
de los sentidos.
Comimos allí con bastante
incomodidad física, por el largo tiempo así sentados. La costumbre india
de comer con las manos, no carente de algún
estilo o modo, requiere cierto aprendizaje. No teniéndolo yo, trataba de imitar como hacían los demás y así
superar La memoria
visual la ubica en unas modestas instalaciones del ashram, próximas
a la playa del Ganges, creo que en horas de la tarde: En ese recinto se efectuaron algunas iniciaciones En la ceremonia además
de hallarse presente Swami Chidananda había más personas presentes, una de ellas fue
Swami Krishnananda. Participé como fotógrafo,
documentando gráficamente las ceremonias- Mis recuerdos se diluyen, solo
ubico a Chidananda y Krishnananda eligiendo el nombre para los iniciados.
Al
finalizar la ceremonia Swami Chidananda me ofreció con la mayor naturalidad y
cortesía iniciarme en Sanyasa, (voto de renuncia) si ese fuera mi deseo. Lo hizo de manera reservada, discreta. Me sentí sumamente
honrado con la proposición y agradecí el gesto del maestro. Decliné su
ofrecimiento con el mayor respeto y consideración, además con un sereno sentimiento de devoción y aprecio. En aquel momento aún no alcanzaba a comprender
el significado del mensaje contenido en sus palabras. Hoy día, con muchos más años encima, interpreto aquella, su propuesta con absoluta precisión y logro descubrir el motivo de su ofrecimiento. Desde aquel momento doy fe que el maestro Swami Chidananda me
ha animado espiritualmente y puedo afirmar con total seguridad de haber evidenciado --en muchas oportunidades-- su divina presencia.
…….En
una ocasión hicimos un viaje en un auto de alquiler con chofer. Este servicio era proporcionado por una agencia gubernamental. No recuerdo
nuestro destino, ni de donde partimos.
Solo tengo presente que a los
costados de la carretera que
atravesábamos, por kilómetros, marchaba
una multitud de personas unos tras otros. Eran refugiados de Pakistán, que motivados
por la guerra, que en ese momento existía, buscaban socorro en territorio indio.
Transitábamos en el carro a velocidad corriente, cuando inesperadamente un
hombre se cruzó en el camino. No hubo tiempo ni de frenar. El vehículo lo
embistió y el desdichado pasó sobre el
techo, cayendo al pavimento luego.
Impresionado, y de inmediato exhorté al chofer que se detuviera para auxiliar a
la víctima, inútilmente. Sólo atinó a acelerar aún más hasta llegar rápidamente
a un puesto policial de carretera. Allí informó lo sucedido y las autoridades
enviaron al lugar del hecho a una
comisión. Al regresar nos informaron que el hombre había muerto. Permanecimos
un tiempo en la estación policial hasta terminar el trámite correspondiente. Ya
el viaje se había perdido, así que regresamos al punto de partida. En el
regreso el chofer, me ofreció cordialmente los motivos
porque no se había detenido al atropellar al infortunado transeúnte.
―Fue por nuestra seguridad, explicó. ―Nunca
se sabe como puede reaccionar esa gente, tan agobiada y abatida por sus problemas. Y
siguió,…….. ―Poco podíamos hacer
por él, yo sabía del puesto policial cercano y allí me dirigí prontamente a
informar lo sucedido…… Sin dudarlo le di la razón.
……En Delhi tomé un taxi,
no recuerdo con que destino. El chofer muy charlatán y preguntón me daba bastante conversación durante el
viaje, hasta me ofreció un lugar para hacer sexo. No acepté pero el hombre insistió porfiadamnte y reiteradamente.
Inútil fue persuadirlo, me llevó hacia un lugar irreconocible para mí. Un
suburbio no muy distante de la ciudad. Era una calle poco transitada, con casas
aisladas. Paró el carro, bajó y me dijo que esperara un momento. Se dirigió a
una de las viviendas y al poco rato salió y me invitó a acompañarlo. Lo seguí a
desgano deseoso de dar término a la
embarazosa situación. Entramos a lo que
parecía ser una casa de familia. Había una mujer madura con aires de madama,
muy emperifollada y sonriente. Estábamos en una sala con mobiliario corriente.
La mujer con una seña me indicó que esperara y salió por una puerta. El taxista
con su turbante, su cara sonriente y expectante estaba
a un lado, apartado. Al momento se abre la puerta y sale la mujer
trayendo de la mano a una niña como de unos diez años y seguida por otras todavía más pequeñas,
serían unas cinco. La última entra rezagada, cohibida y cabizbaja, tendría unos
seis años. Todas son muy delgadas y
escuálidas y en sus rostros de
inocencia hay miedo y vergüenza. Se
alinean una al lado de otra, ante mi vista, con sus piernitas juntas
y sus bracitos firmes a sus
costados, en un ofrecimiento enseñado,
obligado e inequívoco. No esperaba encontrarme ante esto, como
tampoco imaginaba el nivel de aberración de esos dos proxenetas. Eran la perversión y
el cinismo juntos. Me dio tanta tristeza, como ira, esta insólita exhibición.
La mujer, al ver la expresión de mi rostro,
comprendió en un instante mi
parecer y de inmediato mandó salir a las niñas, más por temor que por otra
cosa. Molesto y sabiendo que sería desacertada e inútil cualquier imputación,
salí prontamente guardándome los comentarios.
El chofer cohibido y servil me siguió y adelantó para abrirme la puerta
del carro. Arrancó presto, llevándome a mi destino sin pronunciar una palabra.
……..La
mendicidad es en la India
una actividad endémica altamente desarrollada. Al principio de nuestra estadía
nos conmovían con sus súplicas, y así nos sentíamos obligados a corresponder con alguna moneda. Con ello conseguíamos que nos siguieran una
multitud implorante e incansable que nos
acosaban tenaces, sin darnos tregua. La mendicidad era allá como
en muchas partes, una actividad profesional y en este país aún más, por la precariedad de los recursos y
la sobrepoblación. Con el tiempo aprendimos a superar esta
incómoda situación. Al ignorarlos y no tomarlos en cuenta, como si no
existieran, se moderaban y abandonaban
el acoso. Caminando por las ciudades más populosas nos abordaban uno tras otro. La fórmula era
siempre la misma: simplemente desconocer su presencia, sin el menor gesto o
palabra. Si alguien se llegara a molestar, ellos sin duda insistirán porque
saben que en algún momento la víctima
entrará en crisis y para superar el
trance no le quedará otra alternativa que darles algo para dominar la
situación. Tienen todo el tiempo y la paciencia del mundo. De nada valdría,
cambiar de dirección, correr, pararse, sentarse o agredirlos, con esta actitud ellos saben que el acosado ya perdió la partida y que más temprano que tarde
conseguirán su objetivo.
…..En algún lugar, donde circulaba mucha
gente, vi a un hombre, que solo era una cabeza con su tronco. Carecía de brazos
y piernas. Puesto en el suelo sobre unos trapos, en posición erguida, con el
torso apoyado sobre una pared, frente a una lata con monedas esperaba impasible
despertar los sentimientos de los transeúntes, mientras cerca, alguien de quien dependía vigilaba el
ambiente con estudiada indiferencia.
….Durante un corto tiempo caminé
descalzo como un asceta, por donde me
dispusiera a andar. Lo hice por sendas, caminos, pisos interiores y hasta por
calles y avenidas como las de Nueva Delhi. Allí hube de soportar el asfalto calentado por el sol, aunque creo
que las piedrecillas de camino eran aún
peores.
….El
transporte en este país, tenía una gran diversidad de opciones. Había taxis, todos
negros y de la misma marca que circulaban esquivando vacas, transeúntes y tanta
otra cosa se cruzare haciendo sonar intermitentemente la corneta.
Autobuses
enormes y antiguos tan repletos de pasajeros masculinos que por sus ventanillas
afloraban cabezas con sus troncos, nalgas, piernas, brazos, todo apretujado y encajado, amén de
los colgados, enganchados, sujetados, entrabados y pare usted de contar. Y
si todo ello fuera poco también incluiremos a los que viajaban en el techo. En
la parte trasera, estos autobuses llevaban una enorme rueda de repuesto. Allí
se encaramaban los que corrían detrás de ellos, después de dar un acrobático
salto en plena marcha. (Supongo que allí nadie pagaría pasaje)
Existían
motos con carrocería y con asientos, de las más variadas formas y capacidades. Camionetas de carga
transformadas para el transporte de pasajeros, rickshows de bicicleta y de a pié, carros
arrastrados por bestias de tiro, de toda clase. .
Los
trenes a pesar de algunos inconvenientes funcionaban relativamente organizados.
Eran unos de los tantos legados del colonialismo inglés. Ellos se usaban para
largas distancias y se podía llegar casi
a cualquier parte a un costo económico. Había una gran diversidad de clases y
comodidades. A menudo circulaban con atrasos y demoras, fieles al estilo indio,
donde el apuro es irremisiblemente innecesario y desventajoso. (Hoy comparto esa opinión) Nosotros
también afortunadamente, sin mayor
apuro, solíamos a viajar,―a excepción de mis viajes nocturnos a Nueva Delhi, sumamente
incómodos― en unas cómodas cabinas privadas, de las que nunca, según recuerdo,
tuvimos mayor disgusto. En una
oportunidad y creo por gestión de Swami Chidananda
viajamos en una cabina que llamaban Suite.
Lujoso, amplio y cómodo compartimiento
mantenido en perfecto estado, ―era de la época en que los ingleses
administraban el ferrocarril― todavía conservaba unas ingeniosas y arcaicas instalaciones de aire enfriado con hielo, que
en aquel período funcionaban a la perfección.
Lamentablemente los
trenes no tenían servicio de cafetería o restorán y siempre era un problema a
las horas de las comidas. En las estaciones solo podíamos disponer de te sin
azucar y galletas.
Solo en una oportunidad, sorpresivamente encontramos
pollo asado,―eran francamente escuálidos y pequeños― que los occidentales y otros que allí viajábamos agotamos en un
instante.
…..Entre
tantas festividades religiosas del Hinduismo, todas impregnadas de verdadera
devoción existe una que corresponde a nuestro carnaval que
allá como aquí es una compensación a todo
aquello de cumplimiento estrictamente espiritual y de abstinencia. Se le
llama Holy……. Desconociendo la
celebración, me tocó en la calle soportar las manifestaciones propias de esta festividad.
Me lanzaron toda clase de líquidos coloreados, harina y algunas otras cosas. Me
abrazaban y me alzaban en medio de risas,
algarabía y entusiasmo. Acepté
todo como una situación inevitable, aunque incómoda y hasta en lo posible
compartí en mi medida con ellos su frenesí.
Regresé al hotel sin poder realizar las diligencias por las que salí.
Las ropas, por los líquidos coloreados se dañaron definitivamente.
…..
Asistimos a muchos Sat Sangs que se celebraron en Ashram Sivananda, en el
antiguo salón de reuniones que estaba en la parte más alta y costaba llegar allí por lo empinado del
terreno. En particular recuerdo uno conducido por Swami Chidananda, en el cual se
agasajaba a la divinidad: Sri Krishna. El maestro de música ejecutó con
su armonio portatil, ―que se toca con
una mano y con la otra se activa el fuelle que adosado en la parte posterior
del instrumento, expele el aire para que
surja el sonido― himnos de alabanza a la divinidad. Acompañaba estos con su voz
y con entusiasmo místico y fervoroso muy
notorio honraba a las divinidades. De acuerdo a la tradición india en que los
fieles en los templos glorifican y alaban a las deidades. (Conocía yo de trato
a este swami músico, al asistir algún
tiempo a sus clases que comenzaban antes del amanecer)
….
Una emocionada evocación llega a mi mente y es un encuentro con Swami Chidananda,
en su lugar de trabajo como presidente
de la Divine Life
Society. Nos recibió con la humildad y
la cortesía de siempre, habló con cada uno de nosotros, nos aconsejó y nos
bendijo. Creo, que fue esta la última vez que personalmente nos
vimos, en lo que a mi respecta.
……Es
oportuno anotar de que manera cocíamos
los alimentos a orilla del
Ganges. Allí era imposible o difícil
conseguir leña o carbón. No existía en sus proximidades ni un solo
pequeño árbol, del que fuera fácil disponer de sus ramas para utilizarlas como
combustible. Sin embargo abundaban lo
que en Venezuela llaman chamizas, que no son otra cosa que unos arbustos
extremadamente delgados y largos, que secos se encienden con facilidad y logran
mantener hirviendo una olla lo suficiente para cocer perfectamente los
vegetales que consumíamos. Nuestra
dieta. vegetal básica consistía en papas, zanahorias, berenjenas, lentejas, tomates, mangos, cambures, etc.
Entre los alimentos de origen animal,
además de los referí con anterioridad contaba el queso.
La cocina del Ashram preparaba diariamente y gratuitamente el menú tradicional de la India , consumido
principalmente por los sadhus, peregrinos y cualquier otra persona que
quisiera alimentarse.
Existían en las proximidades algunos
restoranes, que en aquella época solo preparaban comida india.
……..Ya
próximos a partir de la milenaria India que nos acogió durante largos meses,
significaba entre otras tantas cosas, el cambio de vestuario. El tradicional
dhoti y la larga camisa, hubieron de reemplazarse por una ropa de uso corriente. Lo más práctico era sin
duda un bluejean y una camisa normal. Pero en la India no era fácil conseguir
esas prendas. Ellos también usan pantalones, pero al estilo hindú, que son
completamente entubados. Estábamos en Nueva Delhi, una ciudad cosmopolita y
buscamos esas prendas en los almacenes corrientes de ropa, inútilmente.
Consultando nos indicaron una
tienda de ropa occidental que disponía
ese vestuario. Allí fuimos y realmente no solo había pantalones vaqueros, sino
todo lo occidental que era posible
imaginar. Allí vimos zapatos, trajes, sombreros, camisas, corbatas, etc., etc.
La decoración y el mobiliario de la tienda
eran similares a los de cualquier negocio de ese tipo en América o
Europa. Era un amplio local,
lujoso, de buen gusto y con aire
acondicionado. El piso completamente alfombrado, los mostradores de madera
marqueteada, las vitrinas internas
iluminadas y los empleados, todos hindúes,
vestidos al mas tradicional
estilo europeo, con camisa, corbata y
pantalones de casimir y los clásicos zapatos abotinados. Su atención era, amable y respetuosa, pero
distante, propia de esos negocios caros y elegantes. Compramos un bluejean, una
camisa de manga corta y un par de
sandalias de cuero. Todo muy caro y el dinero no alcanzó para más. Así, con ese escueto vestuario partimos de la India y recorrimos la ruta
hacia occidente, y salvando las distancias,
la misma que atravesó la
corriente civilizadora, llevando su
milenaria cultura.
…….Entre
los recuerdos sueltos que quedaron en el tintero hay uno que corresponde a un anciano swami
que nos visitaba asiduamente en nuestro albergue en Rishikesh. Lamento no
recordar su nombre. Fue discípulo directo de Swami Sivananda, desde los inicios
de la instalación de su Ashram, en el
lugar donde este propiamente se
encuentra y donde estábamos Ahora viene
a mi mente su denominación correcta es: Sivanandanagar (creo que significa lugar donde nació Siva) y está en las
afueras de Rishikesh. Nos relataba este religioso los comienzos del primitivo Ashram
con su maestro, donde todo había de
hacerse. Recuerdo cuando nos describió el proceso de decantación que había que hacerle al agua turbia que traía el Ganges en la época de
lluvias, para beberla.
…..Observo
con la mente la farmacia de medicina Ayurvedica que quedaba cercana a nuestro
albergue. Tenía el mismo antiguo estilo
de esos comercios de occidente en épocas pasadas. Con sus mostradores y
vitrinas de roble, sus frascos en los estantes delicadamente ordenados. (Seguramente
bajo influencia inglesa) Esta es la
medicina tradicional de la India
y se fundamenta entre otras cosas en hierbas con propiedades medicinales. Veo a
sus empleados, todos con turbante y su amistosa sonrisa. Allí llegaba mucha
gente, atraída por el ambiente de
espiritualidad que existía en el lugar.
……En
Sivanandanagar, cerca del correo
encontré en una oportunidad un perro de
gran tamaño, (su cerviz llegaba casi a
mi cintura) muy parecido a un lobo. Era hermoso y amigable con un aspecto semejante a los ejemplares
llamados: pastores siberianos, ―que
ahora abundan aquí― pero mucho más corpulento. Su cuello guarnecido por un
collar de filosas púas, le daban un aspecto de perro de presa, lo que ciertamente era. En los Himalayas, ―según nos relató su
amo― existen tigres, que se ceban con ganado y eran estos perros los eficaces colaboradores de los pastores para
controlar a las fieras.
……Otro
recuerdo que viene a mi mente tiene que ver con el tango. Es la incompatible
relación de esta música con el Ganges. Sin embargo la inconfundible voz de
Edmundo Rivero, entonando entre otras, sus milongas mas “reas” y arrabaleras se
hicieron oír, por medio de un cassette,
en la mansa quietud de la orilla del río sagrado, sin alterar ni un ápice
su condición…. Y es que todo, en su
verdadera esencia no escapa a lo divino. Todo parte de una única fuente, donde
la pureza es la constante…… Y creo que aquí daré por terminada la crónica de aquel viaje a la India , ya distante en el
tiempo. Hay muchas cosas olvidadas, datos y nombres perdidos, pero en fin, algo
ha quedado. Por mi parte reitero,
que me deleité al rememorarlos y escribirlos. Fue una agradable experiencia.
San Juan de los Morros, Venezuela.
Octubre de 2007
Material gráfico: Sivananda Ashram, Rishikesh, India. es123rf.com