Juan Yáñez
Este religioso del hinduismo dotado de una profunda santidad es el heredero de toda la virtud que es posible imaginar de la gesta de los Grandes Maestros de la India. Fue un alma consagrada al servicio, sin exclusión de ninguna índole. Fue discípulo de Sivananda, fundador del ashram, que lleva su nombre, y continuador de las enseñanzas de su maestro. Durante su juventud estudió en una institución cristiana, establecida en la India , por lo que tuvo contacto con el pensamiento y la religión occidental.
Había nacido un 24 de septiembre de 1916 y dejó esta vida el 28 de agosto del 2008, poco antes de cumplir 92 años. Fue un hombre cultivado, inteligente, activo y sumamente práctico. Alto, delgado y de andar ágil en sus mejores años. Su aspecto evidenciaba dignidad y nobleza, era pródigo en comedimiento y en su rostro siempre brotaba una espontánea sonrisa. Sencillo y humilde; con una personalidad bondadosa, plena de dinamismo y energía. Respetuoso, paciente al escuchar, con un trato sumamente cortés y comedido. Reconocido y apreciado en su país y en el exterior; solía viajar asiduamente dentro y fuera de la India , llevando un mensaje de hermandad y buena voluntad. Es sin la menor duda un verdadero santo y su presencia en nuestros corazones es gratificante y perenne como la hierba.
En ocasión de nuestra visita a la India tuvimos la dicha de encontrarlo, en los primeros meses de 1972, en Cuttack, una ciudad en la que se celebraba un congreso de de religiones. Se realizaba este evento en un estadio deportivo a la que asistió considerable público y expusieron numerosos conferencistas de diferentes cultos. Swami Chidananda presidía el evento, sentado en un alto estrado y atento a las palabras de los disertantes, que se expresaban en diferentes lenguas de la India. Al finalizar cada alocución, Swami Chidananda la traducía brevemente al inglés y a otras lenguas locales. Asimismo de manera llana y campechana utilizaba el maestro, un reloj despertador de aquellos antiguos, a cuerda, que con su estridente campanilla, daba aviso a los participantes de forma equitativa que el tiempo para su discurso había llegado a su fin.
Al día siguiente de este evento tuvimos oportunidad de acompañarlo, tras su invitación, a una visita que hiciera a la cárcel de la ciudad, con la finalidad llevarles a los presos un mensaje de paz y esperanza. Su presencia fue una bendición para presos y guardianes. Se le honró como un verdadero santo, portador de consuelo y esperanza Pidió que lo llevaran a lugar donde estaban los presos con severo castigo. Se encontraban estos individualmente inmersos en pozos profundos, aislados e incomunicados totalmente y cubierto el hueco en su parte superior por una pesada tapa de hierro. Les habló desde lo alto como suma compasión, oyó sus palabras, les consoló con un mensaje de esperanza, les instó a ser dignos y virtuosos, y por último les bendijo. Rogó a las autoridades por ellos; a su instancia fueron perdonados todos los castigos severos que esos hombres y algunos otros soportaban.
Swami Chidananda obraba y su ser traslucía la galanura divina; una soberbia majestad de imponente peso y virtud que nos cautivó a todos los que nos cupo presenciar la circunstancia, fuéramos funcionarios, presos o visitantes. Rememoramos esta experiencia con emoción por haber evidenciado en nuestra alma y en la de los demás que allí estábamos, el porte dela Divinidad. Es oportuno dejar constancia en estas líneas que solo con observar el brillo de los ojos de todos los allí presentes y sentir en el ambiente una paz excepcional y imponente no dejaba lugar a ninguna otra apreciación.
Swami Chidananda obraba y su ser traslucía la galanura divina; una soberbia majestad de imponente peso y virtud que nos cautivó a todos los que nos cupo presenciar la circunstancia, fuéramos funcionarios, presos o visitantes. Rememoramos esta experiencia con emoción por haber evidenciado en nuestra alma y en la de los demás que allí estábamos, el porte de
Swamis Sivananda y Chidananda |
Tenemos otra anécdota que ilustra lo que significaba en la India , Swami Chidananda, como hombre religioso de reconocida potestad institucional, que se intuía a través de su persona y era su perenne energía espiritual. La experiencia confirmará lo dicho y fue un sorprendente suceso que hemos a continuación aquí anotar:
Estábamos alojados en Cuttack, en un hotel muy informal, atendido por gente joven, en el que siempre se oía música de moda; sin embargo era correcto y con un excelente servicio. Su personal nos trataba con respeto y amabilidad aunque a veces con cierta frivolidad. Era una costumbre muy generalizada en la India de aquella época, el dar un trato informal a todos los visitantes occidentales, que éramos muchos y que nos vestíamos a la usanza hindú. Recordemos que en esos años los hippies o aquellos que los imitaban acostumbraban a visitar la India , influenciados por un despertar hacia lo oriental que se dio en occidente. Los Beatles también participaron en ello, inclusive tomaron como gurú a un dudoso santón de Rishikesh, llamado Maharishi Majesh Yogi, al que le dieron fama universal. Es por ello que por tener nosotros un inconfundible aspecto occidental y vestir a la usanza india, como ya explicamos, −los hippies lo hacían−, nos confundían y nos desestimaban al igual que a ellos en nuestra verdadera condición espiritual. El día previo al congreso, Swami Chidananda al saber de nuestra presencia en la ciudad, adelantó el encuentro y nos visitó atenta e inesperadamente en el referido hotel. Llegó en un auto oficial, que el gobierno ponía a su disposición, con chofer uniformado incluso. Imagínese lector, la expresión del personal de la recepción, al ver entrar en el lobby al Swamiji. En el supuesto improbable que no le conocieran, no podían dejar de observar y cerciorarse del peso institucional y espiritual de esa humilde pero distinguida personalidad a la que saludaron con especial respeto y consideración. El golpe fue tan fuerte e inesperado, que quedaron boquiabiertos y confundidos. (Desde ese día nos trataron con circunspecta cortesía).
Swami Chidananda en su juventud |
Tenemos ya para terminar otro recuerdo que se corresponde con el mismo evento, este lo muestra en su abierta bondad: Al finalizar el congreso, Swamiji fue despedido al partir con otro destino, en la estación de trenes por numerosos fieles, que a modo tradicional colocaban en su cuello guirnaldas de flores y le ofrendaban frutas, que el recibía y luego repartía entre los devotos. Era una gran multitud y entre aquellos, dos jóvenes ajenos a la despedida y un poco alejados, ironizaban sobre la devoción de los fieles hacia el maestro y todo lo demás que allí acontecía. Swami Chidananda, a pesar de todo el bullicio reparó en ellos. Los llamó y le ofrendó una manzana a cada uno. Los muchachos visiblemente avergonzados y sorprendidos agradecieron azorados, entre la sonrisa de los presentes, el gesto afectuoso y considerado del maestro.
Hoy, a casi cuarenta años de lo aquí relatado, aún recordamos vivamente esas experiencias que no dudamos de que nos han enriquecido espiritualmente. Afortunadamente, hoy por medio del maravilloso Internet disponemos de una amplia información sobre su persona y obra. Su presencia espiritual nos acompaña en nuestra vida diaria. Es oportuno aprovechar esta herramienta cibernética para dar un testimonio más, de un ser excepcional que consideramos, (no somos los únicos) como el Último de los Grandes Maestros de la Antigua India. Ya esta antigua nación, cuna de inmortales maestros, ya ha comenzado a formar parte de la era de la globalización y entonces se dará o ya se dio comienzo a una nueva era. Nuestras palabras finales son de agradecimiento al maestro Chidananda y por sobre todo a Dios que propició este inolvidable encuentro. Todo lo aquí relatado es un recuerdo auténtico y Dios es testigo de ello. Solo nos queda pedir la bendición al maestro para que nos siga acompañando en nuestro derrotero por la vida. Aquellos que hubieren sido bendecidos por el maestro Chidananda y por otros de similar potencial tienen además del privilegio de su gracia el compromiso que ante Dios asumimos de honrar con nuestro comportamiento a la Verdad. La palabra de un maestro está llena de amor, de vida, de justicia y es inmensa como el universo todo.
Una respetuosa, afectuosa y sincera invocación a nuestro inolvidable Swamiji.
Dios nos bendiga a todos, hermanos…
yo tuve la increíble bendición de tener una entrevista privada con el maestro y ha sido un antes y un después de aquel día
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